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domingo, 7 de julio de 2013

RANGO INCORDIA DESDE EL PRINCIPIO Y LO HACE DE UNA MANERA EJEMPLAR.

Con este titular empecé mi carrera periodística cinematográfica. Puede ser rimbombante e inusualmente largo para una crítica, pero...


Despertando el interés del vulgo, desplazando el aburrimiento acumulativo de los diferentes gags sincopados del comienzo del film hacia el entretenimiento puro, desubicando el punto de vista del narratario. Es una aproximación, no ya sólo al personaje principal, el héroe, sino a su mundo, presentándolo de una manera proscrita, rozando el desconcierto (sobre todo cuando aparece el armadillo chamánico), donde el espectador extrañado ante los singulares acontecimientos, no sabiendo a qué atenerse, en dónde agarrarse, es consciente, únicamente, del viaje que está a punto de realizar a esa tierra de nadie, símil perfecto de ese poblado llamado Dirt a donde nos conducirá nuestro protagonista. Este desamparo narrativo esta construido bajo una perspectiva moderna, tremendamente clásica en su proceso creativo. Veámoslo. 
De igual manera que la expedición punitiva de los habitantes del municipio, junto con Rango, se va abriendo paso subterráneamente, caminando por sus oscuras y terrosas galerías, intentando averiguar donde se esconde el agua robada del pueblo, la narración se va minando sobre una serie de detonaciones controladas con el único objetivo de alertar sobre su propia representación.


Estos estallidos creativos se convierten en elementos/herramientas narrativas que percuten en el objetivo final de toda invención deconstruyéndola, mostrando sus entrañas, desvelando su tramoya ficticia. Uno de ellos es extradiegético a la narración, su duración. El tiempo de la historia de Rango no es el común a uno standard en la animación, salvo aquellas producciones que nos regala de vez en cuando el lejano Oriente, haciéndonos recapacitar las imágenes contempladas, siendo consecuentes con ellas y proponiendo significados alternativos analizándolas.
Un ejemplo sería el homenaje que se esconden en el film a Sergio Leone, y otros más soterrados al Spaghetti Western, como la variopinta indumentaria de Rango, que en un momento dado se enfrenta a su conflicto, como él dice, vestido únicamente con su ropa interior de un rojo chillón que recuerda al Terence Hill de las películas de Trinidad dirigidas por Enzo Barboni a comienzos de los años setenta. Un peaje agradecido al tiempo dilatado de la acción. El otro mecanismo, esta vez diegético a la ficción y que engarza con el espectador estableciéndose un vaso comunicante con el mismo, sería el coro de mariachis-búhos que ya no sólo establece un proceso informativo, sino que una conexión musical. Estos ítems que vertebran la historia plegándola hacia una cierta modernidad, no son suficientes para revolucionarla. No podemos engañarnos, y al final lo que vemos es una producción hollywoodiense, sediciosamente atrevida en su formación, pero conservadora en su finalidad. Lo que se nos cuenta es la clásica narración donde el personaje protagónico intenta buscar su sitio en la vida, es un pez fuera del agua. Es la historia del extraño que llega a una población y la cambia por completo para el bienestar de la comunidad. Un enfoque clásico embadurnado en perspectiva moderna, porque no hay que olvidarse de que esa búsqueda del destino de Rango, viene implícita en un cuestionamiento moral individual y es ahí donde asoma la punta del iceberg creativo de Gore Verbinski, ya que  toda la historia se puede resumir en una pregunta que se hace Rango, al principio ¿quién soy? Y su respuesta, el desarrollo de la película. Todo un posicionamiento ético.

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