Con este titular empecé mi carrera periodística cinematográfica. Puede ser rimbombante e inusualmente largo para una crítica, pero...
Despertando el interés del vulgo, desplazando el aburrimiento acumulativo de
los diferentes gags sincopados del comienzo del film hacia el entretenimiento
puro, desubicando el punto de vista del narratario. Es una aproximación, no ya
sólo al personaje principal, el héroe, sino a su mundo, presentándolo de una
manera proscrita, rozando el desconcierto (sobre todo cuando aparece el
armadillo chamánico), donde el espectador extrañado ante los singulares
acontecimientos, no sabiendo a qué atenerse, en dónde agarrarse, es consciente,
únicamente, del viaje que está a punto de realizar a esa tierra de nadie, símil
perfecto de ese poblado llamado Dirt a donde nos conducirá nuestro
protagonista. Este desamparo narrativo esta construido bajo una perspectiva
moderna, tremendamente clásica en su proceso creativo. Veámoslo.
De igual manera que la expedición punitiva de los habitantes del municipio,
junto con Rango, se va abriendo paso subterráneamente, caminando por sus
oscuras y terrosas galerías, intentando averiguar donde se esconde el agua
robada del pueblo, la narración se va minando sobre una serie de detonaciones
controladas con el único objetivo de alertar sobre su propia representación.
Estos estallidos creativos se convierten en elementos/herramientas narrativas
que percuten en el objetivo final de toda invención deconstruyéndola, mostrando
sus entrañas, desvelando su tramoya ficticia. Uno de ellos es extradiegético a
la narración, su duración. El tiempo de la historia de Rango no es el común a
uno standard en la animación, salvo aquellas producciones que nos regala de vez
en cuando el lejano Oriente, haciéndonos recapacitar las imágenes contempladas,
siendo consecuentes con ellas y proponiendo significados alternativos
analizándolas.
Un ejemplo sería el homenaje que se esconden en el film a Sergio Leone,
y otros más soterrados al Spaghetti Western, como la variopinta indumentaria de
Rango, que en un momento dado se enfrenta a su conflicto, como él dice, vestido
únicamente con su ropa interior de un rojo chillón que recuerda al Terence Hill
de las películas de Trinidad dirigidas por Enzo Barboni a comienzos de los años
setenta. Un peaje agradecido al tiempo dilatado de la acción. El otro
mecanismo, esta vez diegético a la ficción y que engarza con el espectador
estableciéndose un vaso comunicante con el mismo, sería el coro de
mariachis-búhos que ya no sólo establece un proceso informativo, sino que una
conexión musical. Estos ítems que vertebran la historia plegándola hacia una
cierta modernidad, no son suficientes para revolucionarla. No podemos
engañarnos, y al final lo que vemos es una producción hollywoodiense,
sediciosamente atrevida en su formación, pero conservadora en su finalidad. Lo
que se nos cuenta es la clásica narración donde el personaje protagónico
intenta buscar su sitio en la vida, es un pez fuera del agua. Es la historia
del extraño que llega a una población y la cambia por completo para el
bienestar de la comunidad. Un enfoque clásico embadurnado en perspectiva
moderna, porque no hay que olvidarse de que esa búsqueda del destino de Rango,
viene implícita en un cuestionamiento moral individual y es ahí donde asoma la
punta del iceberg creativo de Gore Verbinski, ya que toda la historia se
puede resumir en una pregunta que se hace Rango, al principio ¿quién soy? Y su
respuesta, el desarrollo de la película. Todo un posicionamiento ético.
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