Entre
el detalle y la masa.
Esta guerra no nos tiene que sorprender lo más
mínimo. Desde hace unos años estamos asistiendo a una auténtica invasión zombie.
Y no sólo en el campo cinematográfico sino también en otros. En nuestro país
por ejemplo tenemos a la editorial Dolmen y su línea de libros acerca de los
“no muertos” o en el campo lúdico, los juegos digitales se han convertido en
una plataforma excelente (la saga Resident Evil) o los de mesa (Zombicide en
coproducción francesa o Huida de Silver City de creación patria). Pero la gran
explosión de hemoglobina infectada se ha producido, recientemente, en la caja
tonta con la serie The Walking Dead basada en la exitosa serie de cómics
creados por Robert Kirkman. Por lo tanto esta esperada adaptación del libro
homónimo de Max Brooks, no nos tiene que coger desprevenidos, es más, la
estábamos esperando. Ahora mismo el clima es el adecuado. Vivimos en una
perpetua crisis que nos asfixia lentamente, invadiendo todos los estratos
culturales, sociales y políticos de nuestra vida (quién diga que esta situación
es solo producida por un problema económico que se quite la venda ya). La
sensación de derrota pulula a través de la televisión, la radio, la prensa o
internet, sumergiéndonos por completo en una desazón que se va alimentando de
nuestras peores pesadillas. La desesperación nace trayendo consigo la carencia
fútil del sistema que nos ha estado cobijando en el siglo pasado. La película
de Marc Foster empieza de esta manera, aupado por un tiempo de crisis. Los
primeros segundos del primer ataque zombie no se ven, se presienten intensificado
por esos sentimientos que hemos descrito y que están representados en los títulos
de crédito, anunciando la hecatombe (sobreexplotación humana y animal,
violencia entre las personas y los animales, contaminación e infecciones).
Gerry (Brad Pitt) no es ajeno a esto, es el único de su familia que presta un
poco de atención a la televisión que tiene en su cocina. Este ejercicio, que
parece rutinario se transforma en algo de vital importancia además de ser un
elemento diferenciador con respecto al resto de actantes de la función. Su
capacidad de atención se convertirá en el arma del héroe, quedando obsoleto el
típico arsenal destructivo de décadas pasadas. La contemplación analítica de
una situación lo ayudará a intentar resolver el misterio de la epidemia o al
menos, a combatirla desde el principio, poniéndolo en práctica. Estando en su coche,
empieza a darse cuenta que algo no va bien. Un policía motorizado escopetado le
rompe el espejo retrovisor izquierdo. Sale para arreglarlo y algo explosiona en
la lejanía. Se ve una cortina de humo y se empiezan a oír ruidos y chillidos.
El desconcierto empieza a desarrollarse mediante detalles. Otro agente de
seguridad le insta a que no salga del vehículo. El caos aparecerá en el momento
efectivo sonoro típico de estos días, con la consecuente subida de graves de la
sala. El policía advirtiendo al héroe morirá embestido por un camión delante de
sus narices. El detalle se ha metamorfoseado en advertencia para Gerry. Algo
está empezando a cambiar en su vida diaria y lo está percibiendo.
El ver algo implica una visión esporádica, el mirar
algo conlleva una contemplación, un análisis. Un engarce metanarrativo que lo
relaciona con la acción contemplativa del propio espectador, testigo de la
acción, con la película. Esto nos regala una secuencia desconcertante en la
azotea de un piso, donde Gerry intenta suicidarse ante el asombro de su familia
y del espectador. Lo que el personaje está realizando es un ejercicio de
protección frente a sus seres queridos. Hace escasos segundos la sangre de un Zombie
lo ha manchado y piensa que puede correr peligro de ser infectado, por lo tanto
se ubica en el borde mismo de la azotea para comprobar que si se convierte en
“resucitado”, por lo menos le quede la opción del suicido antes de comerse a su
propia familia. Un detalle que nos hace retroceder a lo anteriormente visto para comprender la
actitud del personaje. Esa capacidad analítica de atención le ha hecho mirar
como un ciudadano se infecta en trece segundos, que son los mismos que cuenta
él para comprobar que está en perfecto estado. Es un momento angustioso que
está potenciado por otro componente interesante que cabe ser destacado, la
presentación zombie tan manida en estos tiempos. En el caso que nos concierne y
que ya lo telefoneaba el tráiler del film, el número de Zombies irá aumentando
hasta hacerlos transformar en auténticas masas. La sensación desasosegante de
la imposibilidad de combatir una amenaza se consigue gracias a la recreación
apabullante de la multiplicación de esa masa infectada. Nos alejamos del origen
del Zombie cinematográfico, donde la aparición de uno o varios caminantes,
suponía un desequilibrio inquietante. Ahora es el conjunto lo que hace
sentirnos de esa manera, ampliando esa sensación. Ha habido recreaciones
grupales de Zombies (28 días después o Bienvenidos a Zombieland) pero ninguna raya
el exceso como en este film. Ya no son Zombies es un todo que se mueve hambriento
por cada rincón de espacio que encuentran (la parte de la trama que se
desarrolla en Jerusalén, entre sus intrincadas calles milenarias, es muy
explícita al respecto). Si bien es cierto que nos encontramos en las antípodas
de los films de Romero (en especial de La noche de los muertos vivientes, 1968),
donde desmitificaba el comportamiento humano reduciendo al Zombie al estado
genético más primario (El Día de los Muertos, 1985), esto es, el niño(a), si es
cierto que esta masa de Zombies parece haber sufrido un revés evolutivo,
mutándose en algo ingente que propone un cambio en el concepto espectacular de
la propia película. Se produce un trasvase en el que las tripas, la casquería
(Nueva York bajo el terror de los Zombies, 1979, de Lucio Fulci) dejan paso a
la explosiva aparición de esta masa informe que lo engulle todo. Pero no nos
engañemos, y sin desmerecer el tratamiento realista que se le quiere otorgar a
esta propuesta fantástica (ejercicio contrario al efectuado por Ben Afleck en
su Argo, donde el fantástico se introducía en una narración realista), acabamos
ante un entretenimiento al que se le ven sus secretos. El film acaba en un
error cuantitativo. No sé a qué ha podido deberse, aunque algunos dicen que la
repetitiva escritura de diferentes finales ha llegado a producir este desliz.
En cualquier caso lo que queda sellado en la película, el montaje de
exhibición, es el resultado final al que llega el espectador y es el que
estamos analizando. Llegamos al final de la aventura, el enfrentamiento con el
dilema. En este caso Gerry tendrá que poner en práctica una hipotética teoría,
que ha ido observando sobre el terreno en esa vuelta al mundo zombie que es el
desarrollo de la película. Decide inyectarse un potente virus para hacerse
invisible ante la amenaza zombie, ya que los muertos vivientes no atacan a los
seres enfermos. Su combate podría haberse realizado contra la masa zombificada,
potenciando en mayor medida la tensión de su recorrido en el laboratorio cuando
se enfrenta caminando contra la masa, pero contra todo pronóstico lo hace
contra un solo Zombie. El resultado difiere con respecto al discurso
espectacular implícito al que hemos sido testigos a lo largo de la trama
(planos generales mostrando la destrucción humana, la escalada plural de la
masa de Zombies sobre el muro israelita o la secuencia del interior del avión)
mostrándose inferior a sus expectativas. El caminar de Gerry contra la masa ya
no tiene ningún misterio, el suspense ha sido derrotado por la impaciencia de
los creadores de la película. Justamente han seguido los pasos contrarios de su
creación, en vez de analizar las cosas, se han dedican a engullirlo todo como
si fuesen la propia masa zombificada. ¡Pues que les aproveche!
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