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miércoles, 25 de septiembre de 2013
LA CAÍDA DE DUNDEE. (XVII). CONSCIENCIA NARRATIVA.
Más que leer, la placentera sensación de disfrutar de una historia inmiscuyéndose en su interior concluyendo que además de su goce, uno puede llegar a ser consciente de la existencia de su propia estructura narrativa. Ese fue uno de mis objetivos a la hora de elaborar La Caída de Dundee. Solapar la reacción sobre la acción, dejar que el género ocultase el razonamiento, la victoria pírrica del ritmo sobre la calma del pensamiento.
Cuando lees, tu imaginación emprende un vuelo hacia el infinito pero con restricciones. El desafío de abrir un libro es de trasladar la responsabilidad inherente en el mismo a la persona que lo descubre. Cualquier reto al que se enfrente el personaje(s) inmediatamente será mutado al lector y éste aceptará o no el legado de leerlo, y más importante aún, la responsabilidad de finalizarlo sacando sus internas conclusiones. Toda buena novela tiene que poseer esta característica nuclear que permita la inmersión completa del relato en el lector, esa sensación de abrir los ojos por primera vez (incluso aunque se trate de un tema conocido por la persona) y engatusarse por la trama(s) que encontrará entre sus páginas. Algunos no podrán cumplir la promesa de terminar la lectura, dejando huérfanos a centenares de libro mientras que otros serán capaces de convertirse en sus padres adoptivos. Puede que sean minoritarios pero mi novela va dirigida a estos últimos. Aquellos que firmen un contrato de confidencialidad con el autor, dejándose llevar por su prosa recibirán una recompensa por su temple y dedicación (tan importante como el tiempo gastado/sufrido en elaborarla). Un tesoro al final de la caverna lleno de preguntas y de pocas respuestas. Un cofre donde poder reconocer el propio acto de transportación a ese estado comatoso, desligándose de la realidad para poder afrontar una nueva, dándose cuenta del hecho de vivir esa experiencia consciente del viaje realizado. En un momento dado de La Caída de Dundee, existe un cortocircuito, un alto en el camino, una parada, un susto, ese tesoro oculto donde se replantea uno la posibilidad de lo que se ha leído. Un proceso de anagnórisis del placer de la lectura. Si he conseguido eso, podremos pasar a la segunda parte...
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