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domingo, 25 de mayo de 2014

HOJA APERGAMINADA. (XVI). SIMBOLISMO MISTERIOSO ETERNO.


El año es 1900 y para aquella época “El colegio Appleyard era todo un anacronismo arquitectónico en medio de la abrupta maleza.” Es la página 20 de la única edición traducida al castellano por Impedimenta de la novela de Joan Lindsay. Desde ese momento, el lector será testigo de una crónica, la sucesión de una serie de hechos que llevarán consigo un derrumbe existencial, la destrucción de un orden humano establecido por la enigmática presencia de la naturaleza que confabula con el misterio ocurrido en torno a un día de San Valentín, donde tres niñas y una institutriz de ese mismo colegio, desaparecieron sobre la planicie de una formación rocosa llamada Hanging Rock en la zona del monte Macedon en la provincia de Victoria, al sur de Australia. El apunte periodístico no sólo valida el relato, sino su punto de vista. En más de una ocasión la escritora nos lo recuerda como al comienzo del capítulo noveno, en la página 167, que se abre con un titular: “Niña hallada en la Roca. Encontrada heredera desaparecida”. O más adelante en la página 185, al comienzo del capítulo décimo, cuando nos recuerda que: “El lector que haya contemplado a vista de pájaro los acontecimientos que fueron sucediéndose…”. El objetivo es dar fe de unos hechos ocurridos pero transformando su diégesis con el fin de insuflarles una cierta dosis de inmortalidad narrativa como pocas veces se ha leído. El enigma fecunda la historia y se extiende a lo largo de sus más de trescientas páginas, transformando lo acontecido en una espesa niebla de duda y desconfianza.  Su forma de contarlo uniéndose a la realidad de la que se nutre, también estará constantemente recelosa jugando al juego de realidad o ficción. ¿Será verdad lo que pasó?
He citado al enigma de la desaparición como elemento capital, aunque quizás convendría resaltar su forma y no su fondo. El cómo describe la desaparición y no el suceso en sí. Si hubiésemos asistido a una trama policial al modo Christieniano o ConanDoyleniano, donde Poirot o Holmes al final resuelven el caso o se llega a saber lo que sucedió, quizás la novela de Joan Lindsay no habría sido catapultada a la fama desde su mismo año de creación en 1967. El misterio precisamente es aquello que no se llega a comprender del todo, aquel hecho que podemos empezar a entenderlo pero que a medida que empezamos a saber más del mismo, tenemos la irremediable desfachatez de saber menos, abocándonos a un mar de inseguridad y desazón que hacen perpetrar en aquel que se enfrenta al reto de su resolución, cualquiera que sea, un componente temporal casi eterno que lo perseguirá toda su vida. Existe variedad de ejemplos, incluso la escritora termina su obra rememorando uno “al igual que aquel célebre caso del Marie Celeste, no llegue a resolverse jamás”. Y es ahí, en su inconclusión donde reside su atracción. En la idea de la esperanza de que algún día alguien llegue un poco más lejos y, si no consigue desentrañarlo, al menos desvelar más cosas acerca de esas desapariciones. La película de Peter Weir del año 1975 se encargará de perpetuarlo.
Hemos descrito brevemente el suceso en sí pero habría que hablar de sus participantes porque en ellos, o en su construcción, reside una serie de pistas que nos puedan llegar a resolver el misterio o no. ¡Desempolvemos la lupa!


La trama está alambicada de una serie de actantes prestos a resolver el misterio (Michael Fitzhubert) o a complicarlo (la señora Appleyard). El primero acaba de llegar de la Gran Bretaña y será, junto con ayuda del cochero de su tío, Albert Crundall quien encontrará a una de las tres niñas desaparecidas. Inglaterra y lo que representa, es incapaz de encontrar ninguna solución pero si se alía con las fuerzas australianas puede obtener un cierto éxito en la búsqueda, aunque sea uno incomprensible. Podría decirse que eso es lo que pretende la autora, uniendo a los dos jóvenes pero hay más. La figura de la madre patria inglesa es determinante para la elaboración de la historia (ficción) pero también para sus márgenes (realidad) de la que es pasto. No podemos olvidarnos que la primera novela de la escritora (Through Darkest Pondelayo, 1936) es una sátira sobre el turismo inglés en la isla. Australia fue colonizada casi en su extensión por Inglaterra y su proceso erosionado fue duro y destructor (como todos los esquemas colonizadores) para las tribus aborígenes del lugar (Peter Weir habló de ello también en su film La Última Ola dos  años después de su exitosa adaptación del texto de Lindsay). Lo malo que trajeron los barcos ingleses, no solo fue su población sino su modo de pensar. Y si bien es cierto que la mayoría fueron presidiarios, también hubo un gran número de colonos, gente que decidió empezar de cero en un nuevo país. La estricta sociedad inglesa clavó sus raíces expandiéndose por el lugar, ayudando a civilizarlo pero no pudo con lo ignoto, lo atávico, las fuerzas indómitas naturales. La razón intentó enfrentarse a la sinrazón. Aquello que la cultura victoriana quería poseer, y por tanto dar una explicación, y que la aborigen no deseaba. Este choque de culturas más que de civilizaciones es crucial para intentar comprender algunos comportamientos de algunos personajes en la novela. El hecho confraternizado de Michael y Albert es revelador frente al de la señora Appleyard por ejemplo, que desde las desapariciones parece transformada. El actante representa un sistema clasista, autoritario y autárquico. Su manera de vestir, pensar (cómo dirige el colegio con mano de hierro) y la geografía del mismo ahogan a su población y nos anuncia que dicho sistema está a punto de hacer aguas. El cambio que sufrirá la señora Appleyard y su resolución, retornando al origen del problema, es revelador del lado simbólico de la narración. El universo periclitado del colegio con su abigarramiento arquitectónico y estructural es un buen ejemplo del simbolismo que rezuma cada página de la historia. Como si fuera un compendio de la escuela simbolista de finales del siglo XIX, su presencia disipará muchas dudas apoyándose en su juego fundamental, aquel asociativo de las palabras o de sus signos para producir la emoción consciente. Constantemente se hace alusión al sueño, a ese tiempo sin tiempo donde lo inconsciente se despierta. En la página 44, "no estoy dormida... Solo estoy soñando despierta." O la página 48 que dice "... se hallaban en esa hora en que la gente [...] tiende a adormilarse y a soñar..."
Sin duda, si tenemos que hablar de un rol que resume todo eso, el de Miranda es el apropiado. Agujero negro de la trama por donde todo será succionado, ¿desaparecido? Su presencia es aterradora pero aún más su omisión tras su desaparición. La joven ha dejado heridas en sus compañeras que la harán recordar durante toda la travesía narrativa. Miranda se transformará en un símbolo (¿un ángel?) de autodestrucción para la rigidez del colegio Appleyard, haciéndole desestructurarse y desmoronar sus cimientos. Existe un momento sobrecogedor en el interior de este libro, que también lo ha sabido exponer con acierto Weir en su adaptación cinematográfica, donde podemos vislumbrar un halo de luz que nos puede iluminar el discernimiento de lo que de verdad pasó ese día de San Valentín. Ocurre entre las páginas 226 y 230. Irma la única niña aparecida, regresa al colegio Appleyard para recoger sus cosas y despedirse. Va vestida con una capa escarlata y se adentra en el gimnasio del colegio. A partir del momento en el que sus compañeras la ven se produce un terremoto emocional, haciendo escindir, ya no sólo la ficción sino la realidad, provocando una sensación desagradable de recelo, agobio y violencia cuando todas deciden atacarla en manada, rodeándola y gritándola. La inocencia ha sido violada (la desaparición) y ese manto escarlata bien podría representar aquello a lo que a las otras todavía les queda por descubrir (por tanto celosas de su saber), la mutación de niña a mujer, el proceso menstrual como inicio desestructurado al mundo adulto. Un mundo por otra parte alejado de la ilusión, deseo y felicidad de la que hacía gala Miranda cuando se despierta al principio de la novela y que, otra vez más, su no presencia alumbra toda la trama de principio a fin.


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