El año es 1900 y para aquella
época “El colegio Appleyard era todo un
anacronismo arquitectónico en medio de la abrupta maleza.” Es la página 20
de la única edición traducida al castellano por Impedimenta de la novela de
Joan Lindsay. Desde ese momento, el lector será testigo de una crónica, la
sucesión de una serie de hechos que llevarán consigo un derrumbe existencial,
la destrucción de un orden humano establecido por la enigmática presencia de la
naturaleza que confabula con el misterio ocurrido en torno a un día de San
Valentín, donde tres niñas y una institutriz de ese mismo colegio,
desaparecieron sobre la planicie de una formación rocosa llamada Hanging Rock
en la zona del monte Macedon en la provincia de Victoria, al sur de Australia. El
apunte periodístico no sólo valida el relato, sino su punto de vista. En más de
una ocasión la escritora nos lo recuerda como al comienzo del capítulo noveno,
en la página 167, que se abre con un titular: “Niña hallada en la Roca. Encontrada heredera desaparecida”. O más
adelante en la página 185, al comienzo del capítulo décimo, cuando nos recuerda que: “El lector que haya contemplado a vista de
pájaro los acontecimientos que fueron sucediéndose…”. El objetivo es dar fe
de unos hechos ocurridos pero transformando su diégesis con el
fin de insuflarles una cierta dosis de inmortalidad narrativa como pocas veces
se ha leído. El enigma fecunda la historia y se extiende a lo largo de sus más
de trescientas páginas, transformando lo acontecido en una espesa niebla de
duda y desconfianza. Su forma de
contarlo uniéndose a la realidad de la que se nutre, también estará
constantemente recelosa jugando al juego de realidad o ficción. ¿Será verdad lo
que pasó?
He citado al enigma de la
desaparición como elemento capital, aunque quizás convendría resaltar su forma
y no su fondo. El cómo describe la desaparición y no el suceso en sí. Si
hubiésemos asistido a una trama policial al modo Christieniano o ConanDoyleniano,
donde Poirot o Holmes al final resuelven el caso o se llega a saber lo que
sucedió, quizás la novela de Joan Lindsay no habría sido catapultada a la fama
desde su mismo año de creación en 1967. El misterio precisamente es aquello que
no se llega a comprender del todo, aquel hecho que podemos empezar a entenderlo
pero que a medida que empezamos a saber más del mismo, tenemos la irremediable
desfachatez de saber menos, abocándonos a un mar de inseguridad y desazón que
hacen perpetrar en aquel que se enfrenta al reto de su resolución, cualquiera
que sea, un componente temporal casi eterno que lo perseguirá toda su vida.
Existe variedad de ejemplos, incluso la escritora termina su obra rememorando
uno “al igual que aquel célebre caso del
Marie Celeste, no llegue a resolverse jamás”. Y es ahí, en su inconclusión
donde reside su atracción. En la idea de la esperanza de que algún día alguien
llegue un poco más lejos y, si no consigue desentrañarlo, al menos desvelar más
cosas acerca de esas desapariciones. La película de Peter Weir del
año 1975 se encargará de perpetuarlo.
Hemos descrito brevemente el
suceso en sí pero habría que hablar de sus participantes porque en ellos, o en
su construcción, reside una serie de pistas que nos puedan llegar a resolver el
misterio o no. ¡Desempolvemos la lupa!
La trama está alambicada de una
serie de actantes prestos a resolver el misterio (Michael Fitzhubert) o a
complicarlo (la señora Appleyard). El primero acaba de llegar de la Gran Bretaña y será, junto con ayuda del cochero de su tío, Albert Crundall
quien encontrará a una de las tres niñas desaparecidas. Inglaterra y lo que
representa, es incapaz de encontrar ninguna solución pero si se alía con las
fuerzas australianas puede obtener un cierto éxito en la búsqueda, aunque sea
uno incomprensible. Podría decirse que eso es lo que pretende la autora, uniendo a los dos jóvenes pero hay más. La figura de la madre
patria inglesa es determinante para la elaboración de la historia (ficción)
pero también para sus márgenes (realidad) de la que es pasto. No podemos
olvidarnos que la primera novela de la escritora (Through Darkest Pondelayo,
1936) es una sátira sobre el turismo inglés en la isla. Australia fue
colonizada casi en su extensión por Inglaterra y su proceso erosionado fue duro
y destructor (como todos los esquemas colonizadores) para las tribus aborígenes
del lugar (Peter Weir habló de ello también en su film La Última Ola dos años después de su exitosa adaptación del
texto de Lindsay). Lo malo que trajeron los barcos ingleses, no solo fue su
población sino su modo de pensar. Y si bien es cierto que la mayoría fueron
presidiarios, también hubo un gran número de colonos, gente que decidió empezar
de cero en un nuevo país. La estricta sociedad inglesa clavó sus raíces
expandiéndose por el lugar, ayudando a civilizarlo pero no pudo con lo ignoto,
lo atávico, las fuerzas indómitas naturales. La razón intentó enfrentarse a la sinrazón. Aquello que la cultura victoriana
quería poseer, y por tanto dar una explicación, y que la aborigen no deseaba. Este
choque de culturas más que de civilizaciones es crucial para intentar
comprender algunos comportamientos de algunos personajes en la novela. El hecho
confraternizado de Michael y Albert es revelador frente al de la señora
Appleyard por ejemplo, que desde las desapariciones parece transformada.
El actante representa un sistema clasista, autoritario y autárquico. Su manera
de vestir, pensar (cómo dirige el colegio con mano de hierro) y la geografía
del mismo ahogan a su población y nos anuncia que dicho sistema está a punto de
hacer aguas. El cambio que sufrirá la señora Appleyard y su resolución,
retornando al origen del problema, es revelador del lado simbólico de la
narración. El universo periclitado del colegio con su abigarramiento
arquitectónico y estructural es un buen ejemplo del simbolismo que rezuma cada
página de la historia. Como si fuera un compendio de la escuela simbolista de
finales del siglo XIX, su presencia disipará muchas dudas apoyándose en su
juego fundamental, aquel asociativo de las palabras o de sus signos para
producir la emoción consciente. Constantemente se hace alusión al sueño, a ese tiempo sin tiempo donde lo inconsciente se despierta. En la página 44, "no estoy dormida... Solo estoy soñando despierta." O la página 48 que dice "... se hallaban en esa hora en que la gente [...] tiende a adormilarse y a soñar..."
Sin duda, si tenemos que hablar
de un rol que resume todo eso, el de Miranda es el apropiado. Agujero negro de
la trama por donde todo será succionado, ¿desaparecido? Su presencia es
aterradora pero aún más su omisión tras su desaparición. La joven ha dejado
heridas en sus compañeras que la harán recordar durante toda la travesía narrativa. Miranda se transformará en un símbolo (¿un ángel?) de
autodestrucción para la rigidez del colegio Appleyard, haciéndole
desestructurarse y desmoronar sus cimientos. Existe un momento sobrecogedor en el
interior de este libro, que también lo ha sabido exponer con acierto Weir en su
adaptación cinematográfica, donde podemos vislumbrar un halo de luz que nos
puede iluminar el discernimiento de lo que de verdad pasó ese día de San
Valentín. Ocurre entre las páginas 226 y 230. Irma la única niña aparecida,
regresa al colegio Appleyard para recoger sus cosas y despedirse. Va vestida
con una capa escarlata y se adentra en el gimnasio del colegio. A partir del
momento en el que sus compañeras la ven se produce un terremoto emocional,
haciendo escindir, ya no sólo la ficción sino la realidad, provocando una
sensación desagradable de recelo, agobio y violencia cuando todas deciden
atacarla en manada, rodeándola y gritándola. La inocencia ha sido violada
(la desaparición) y ese manto escarlata bien podría representar aquello a lo
que a las otras todavía les queda por descubrir (por tanto celosas de su saber), la mutación de niña a mujer,
el proceso menstrual como inicio desestructurado al mundo adulto. Un mundo por
otra parte alejado de la ilusión, deseo y felicidad de la que hacía gala
Miranda cuando se despierta al principio de la novela y que, otra vez más, su no presencia alumbra toda la trama de principio
a fin.
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