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viernes, 23 de enero de 2015

DÍA DE PRE-ESTRENO. INTO THE WOODS O INTO THE BUSHES. HISTORIA DE UNA ANTÍTESIS.


La antítesis que encierra el título no es aleatoria es completamente intencionada como lo es también el musical de Sondheim y Lapine. Todo el mundo entiende, o al menos de esta parte del  mundo la occidental quiero decir, que el cuento es un relato de adultos contado a los niños  y que con el paso del tiempo su contenido ha ido degenerando en algo “suave”, estéticamente didáctico enclaustrado en una moraleja. Es más, siempre se le ha adjetivado el componente feérico para proporcionarle más encanto si cabe. Por poner un ejemplo oriental, Las Mil y una Noches es totalmente diferente a la percepción que tenemos del cuento. Su laberíntica estructura se aleja de la simpleza de nuestros relatos infantiles; su numerosa población actante desborda a los individuales protagonistas de nuestros relatos y en lo único en lo que pueden llegar a estar de acuerdo es en su misteriosa génesis, perdida en el albor del pretérito. Por lo tanto podríamos decir que nuestros cuentos son narraciones bonitas que cuentan algo terrible pero que al final la crueldad de su contenido es transformada en un final feliz. Bueno, la verdad es que eso no fue así hasta que esos cuentos murieron sobre el papel. Antes fueron composiciones orales que se trasmitían de generación en generación, viajando de un sitio a otro y no tenían por qué ser tan políticamente correctas como lo son ahora. En cualquier caso tendríamos que agradecérselo a los hermanos Grimm o a Charles Perrault su corrupta conservación a nivel literario y al tío Walt a nivel cinematográfico. El origen de los cuentos es tan neblinoso como sus traducciones que con el paso del tiempo, en una escala menor pero igual que le ha podido pasar al gran cuento que es la Biblia, han ido reinterpretando sus significados hasta quién sabe qué final. Lo que es evidente es el proceso manipulador sufrido que podríamos emparentarlo con la creación de una película o un musical. Bien, con Into the Woods sus creadores han querido realizar una operación un tanto curiosa: experimentar, o más bien jugar con la idea, el concepto del cuento occidental pero apoyándose en elementos orientales como ya hemos señalado. Y lo hacen otorgándolo consciencia, o mejor, autoconsciencia a los mismos. Como si de una “muñeca Matrioska” se tratase se van presentando los cuentos en forma de sus personajes, uno a uno para entrelazarlos y unir sus desarrollos encauzándolos a un bosque de tintes “buñuelianos” (vertiente Ángel exterminador, 1962) del que es fácil entrar pero que jamás saldrán.
Prueba de ello es el primer número musical de la función. Matemáticamente se van enhebrando los hilos para acabar en una diégesis de cierto cariz irónico. Esto es otro elemento importante, otra herramienta postmoderna que se operará en el universo del show. La ironía está presente en muchos momentos. Cuando el Príncipe Encantador (Chris Pine) le dice a Cenicienta (Anna Kendrick) que a él le enseñaron a ser encantador pero no sincero, después de serla infiel con la mujer del panadero (Emily Blunt), ahí está reforzando el componente postmoderno. Y es que la génesis de Into the Woods es una muy “Brechtiana”. La autoevaluación constante  de ser consciente, en este caso, de pedir un deseo. Los protagonistas de este musical no lo son. El relato comienza con un “Yo deseo…” y todo el relato del mismo versará sobre esa plegaria dividiéndose en dos partes bien diferenciadas por su tonalidad, su duración milimétricamente coreografiada en el musical menos coreografiado de la historia, y en sus estructuras. La primera hora podría ser la del relato ortodoxo, lo que se entiende por un cuento, presentación de los diversos personajes que lo habitan deseando algo y sus desarrollos por todos conocidos. La segunda hora correspondería a la parte más heterodoxa, donde los personajes se enfrentan a sus responsabilidades del deseo adquirido. El soñador Jack (Daniel Huttlestone) y su represiva madre (Tracey Ullman) tomarán ventaja de los suyos, convirtiéndose él en un ladrón y ella en una pomposa ricachona; la inocencia de Caperucita Roja (Lilla Crawford) se transformará cuando conozca al Lobo (Johnny Depp) en un pragmatismo sanguinario representado por esa nueva caperuza lobuna; Cenicienta descubrirá que quizás su príncipe no es tan ejemplar como hemos visto al comienzo. Aunque parezca mentira el único personaje íntegro y honrado es el de la Bruja (Meryl Streep), que haciendo lo que hace (retener a una niña durante más de veinte años, encerrándola en una torre), es consciente de su maldad y se enfrenta a la hipocresía del resto con sus principios inalterados.
Pero existe una novedad en la propuesta. Es la incorporación del testigo dentro de la fábula, y no estoy hablando del narrador que también existe de una manera extradiegética, sino de uno diegético, bueno en este caso se trata de dos, una pareja, el Panadero (James Corden) y su desleal esposa que ya hemos mencionado. Son personajes que no son originariamente de ningún cuento y proporcionan el punto de vista del espectador guiándole por la trama. Es el aliado postmoderno de la narración, emparentándolo con el espectador contemporáneo. Ellos tendrán que conseguir una serie de objetos para poder engendrar después de haber pactado con la Bruja su obtención. Dicho esto y sin olvidar la forma, un musical, dentro del contenido, una película podríamos ir directamente al Into the Bushes de la crítica.
Os preguntareis si lo anteriormente redactado podría perfectamente encajar en cualquier versión de Broadway  y si es así, que lo es, ¿qué tendría de nuevo la versión cinéfila? o mejor ¿qué intención tendría una nueva versión de la misma? Para la primera pregunta tengo un NADA y para la segunda, la respuesta iría a parar al callejón oscuro de la rentabilidad económica construido por los buenos productores, aquellos dispuestos a arriesgar absolutamente nada para obtener el máximo de los beneficios. Pero ensuciémonos que para eso estamos. Analizar un cuento hoy en día es mancharse las manos. Es realizar un viaje al otro lado del espejo “carrolliano” para encontrar que la moraleja inherente en toda fábula está bañada por una pátina de conservadurismo (y todo lo que implica el termino social, económico y existencial) al que hay que combatir. El tema principal de Into the Woods es la responsabilidad comunal (en palabras de Sondheim). Al principio los personajes actúan por sí mismos desembocando el caos y solamente serán capaces de desenredarlo si trabajan juntos en equipo para enmendar los errores de pedir sus deseos. Pues bien, dentro del discurso liberal siempre se esconde pequeños resquicios de su contrario. Lo podemos rastrear en el personaje de la mujer del Panadero. Muere porque le ha sido infiel, ni más ni menos. Al Príncipe no le pasará nada, seguirá desflorando damiselas que es lo que suelen hacer los príncipes encantadores pero el personaje femenino ha recibido su castigo narrativo. Ni Walt Disney en sus mejores momentos lo hubiera hecho mejor. A veces mirar de cerca no es lo más satisfactorio, lo mejor es contemplar las cosas de lejos para poder tener una perspectiva que te permita un mejor análisis de los hechos. Sondheim y Lapine han querido reunir a los cuentos a la luz de una fogata en un bosque surrealista conscientes de su inutilidad como moralistas, ejerciendo mejor como herramientas de un entretenimiento que proporciona goce. De ahí lo de Into the Bushes y de ahí la formación de la retórica antítesis. Dos frases de igual número de palabras pero de significando distinto en sus finales. 



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