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lunes, 16 de febrero de 2015

PASANDO EL LUDOMINGO CON EL SÍMBOLO ARCANO. CAPÍTULO 5. EXTRAÑAS VISIONES... EN LA CALMA.



"Soñé la destrucción de vuestra insulsa sociedad. Empecé con los Imperios reinantes, después vendrían las sociedades hipócritamente democráticas para, por último desestabilizar el reino animal. Sería un trabajo fácil solamente haría falta una cosa: sembrar la duda. ¡Despertadme y os concederé el beneplácito de ser testigos del Apocalipsis."

Otra noche más en el interior del museo más lovecraftiano del mundo. ¡Bienvenidos al misterio y la aventura! Hemos conseguido más Símbolos Arcanos y hemos hecho frente a más peligros. Sin duda alguna, nos estamos acercando al final del juego o al final de nuestras vidas. ¿Qué pasará? ¿Venceremos al Rey Amarillo?

Empecemos con la señorita Barnes que parece salir de un peligro para meterse en otro. La gánster se enfrentará con adoradores de Hastur y con bestias mitológicas, consiguiendo valiosos objetos.



Todavía se encontraba en un auténtico éxtasis. Y no era por lo que había vivido desde que eligió penetrar en una caja y mantenerse escondida un buen tiempo hasta llegar al Museo. No. Sus aspiraciones se habían colmado con creces. Entre  sus manos de porcelana tenía un libro, pero no uno cualquiera. Era uno recubierto de una piel rugosa y cuyo interior estaba escrito con una peculiar tinta roja, sangre humana. Lo que llevaba Jenny consigo era el famoso y, según algunos, perdido Necronomicón, El libro de los Muertos. Lo estuvo mirando detenidamente sin pestañear mientras se alejaba del almacén, pensando en la cantidad de dinero que podrían darla por semejante tesoro literario. Atrás quedaban los ataques de bestias mitológicas o presencias demoníacas, sólo importaba poseer el afamado incunable. Perdiéndose en su partiular cuento de la lechera, también se olvidó de la joven que la ayudó a escapar de las garras del Gul. A cada paso dado, no dejaba de pensar en el dinero que recibiría de parte de su socio McGlen. Con esa cantidad podría jubilarse del mundo del hampa, aquel que la había concedido una oportunidad para sobrevivir. De pronto empezó a oír gritos seguido de un tumulto, como gente corriendo. Jenny se detuvo en seco en el tercer paso que dio hacia la salida. Oía cada vez más cerca las voces desde los pasillos que conformaban la laberíntica estructura del Museo. Inconscientemente, apretó el Necronomicón fuertemente contra su pecho y decidió esconderse en una esquina, acurrucada como una niña traviesa por haber hecho algo prohibido. La señorita Barnes estaba detrás de una estatua y junto con la oscuridad reinante, transformada en su aliada perfecta, su parapeto parecía el más sofisticado de los escondites. Los gritos se aproximaban hacia donde se encontraba. Las sombras empezaron a desfilar delante de su rostro. A la primera de ellas no prestó mucho caso, pero a medida que iban apareciendo empezó a alzar su cara viendo como un ejército de encapuchados corrían poseídos hacia el otro lado del pasillo. Al principio no entendía sus palabras pero después se volvieron más inteligibles, a medida que se acercaban a su posición. Eran comentarios que solamente tenía un hilo conductor: ¡Tiene que estar por algún lado! Rápidamente la joven pensó en ella. ¡La habían descubierto! A medida que llegaba a esa conclusión, sus manos no dejaban de sostener fuertemente el libro, reduciendo su estrés al mismo tiempo que la masa terminó por desaparecer de su mirada. El silencio regresó para gobernar el lugar. Pasaron unos interminables segundos hasta que la cabeza de la diletante surgió de detrás de la estatua. Miró en ambas direcciones sutilmente y se incorporó lentamente. Pensó que no sería muy buena idea tomar el pasillo por donde había ido la turba, así que dio marcha atrás. Al voltearse se percató de que un pequeño rayo de luz señalaba su turgente pecho. Le bastó un ligero movimiento para darse cuenta de que detrás  no había una pared, sino una puerta que se empezaba a entreabrir a medida que su cuerpo hacía presión. ¡Una habitación secreta! Pensó y rápidamente se introdujo en su interior. Era una biblioteca en miniatura. Jamás iba a olvidar esta noche. Tenía en sus manos uno de los libros más buscados del planeta y quizás, quién sabe, podría encontrar otro en singular lugar. La habitación sólo tenía una ventana cuadrada y el resto eran cuatro paredes enmoquetadas en estanterías de libros. Los había de varios tamaños y compartían espacio sin mostrar ningún tipo de predominio. Jenny los miró de pasada y fantaseando con su interior. Al llegar a la ventana miró más allá del museo pero no pudo ver nada. Una espesa niebla la impedía ver con claridad la calle. Pero repentinamente pudo ver una forma que se le aproximaba rápidamente. No la conocía al principio pero cuando apareció el rostro reptiliano alado la recordó.
     —¡OTRO! —Se apartó violentamente de la ventana.
El graznido llegó antes que el ruido. El impacto fue brutal. La cabeza de un  Byakhee se incrustó en el marco de la ventana. Los cristales se hicieron añicos saltando con una virulencia inusitada. Uno de ellos rajó la bella mejilla izquierda de la señorita Barnes. La joven se echó para atrás al mismo tiempo que dejaba caer el Necronomicón y sacaba su pistola. La bestia empezó a berrear de tal manera que pronto se empezaron a oír pasos corriendo hacia la habitación. El animal azulado empezó a aletear intentando salir del marco de la ventana e intentando morder el cuerpo de Jenny. La joven no perdió el tiempo y descargó todo el cargador de su pistola sobre la nerviosa presencia animal. Sus alas se convirtieron en coladores. Ya no podría volar pero sí morder, y siguió insistiendo en acercarse a su presa. No sabía cómo pero se había metido en una trampa, era como concentrar una Tempestad en una Tetera. No sabía cómo iba a salir de ahí, sobre todo cuando la puerta empezó abrirse lentamente y un manto amarillento se dejó caer, rozando el suelo de madera de la biblioteca. Uno de los adoradores de Hastur, el más rezagado pensó Jenny se preparaba para el ataque. Éste alzó sus corpulentos brazos para asfixiar a la joven, pero la señorita Barnes tenía mucho oficio aprendido en las calles de Arkham y, sin miramientos como un rayo, lanzó su pistola hacia una estatuilla situada en la esquina derecha del atacante. La figura cayó a su cabeza, haciéndole detenerse de dolor y haciéndole ganar un tiempo precioso a Jenny. En ese momento, el Byakhee se desencajó del marco de la ventana y se lanzó hacia la joven pero ésta fue más rápida y se agachó dirigiéndose hacia la puerta y haciendo que la bestia se encontrase con el aturdido adorador del Rey Amarillo. El infernal reptil se abalanzó sobre su desconcertada presa mordisqueándole parte de su rostro. El hombre empezó a berrear cuando su piel era roída por la bestia. Jenny se disponía a abandonar la biblioteca cuando miró el objeto que la había salvado la vida. Era muy extraño, una Estatuilla alienígena. Los gritos la desconcertaban mientras el emisario de Hastur se retorcía de dolor siendo devorado vivo por el Byakhee. No perdió más el tiempo y cogió la estatuilla, si la había salvado en ese momento la podría salvar en otro pensó y rápidamente desapareció de la habitación. Allí se quedaron los huesos de un hombre mientras el animal se arrastraba hacia la ventana, pensando tal vez que podría retomar el vuelo cuando lo que hizo fue caer al vacío."


Un efecto de una de las cartas de Mitos perjudicó en la tirada de dados de Monterey Jack haciéndolo que perdiese la oportunidad de ganar otro suculento Símbolo Arcano. Los efectos de terror le supusieron perder su oportunidad. Algo vio el arqueólogo en la Meseta de Leng que le petrificó de miedo, pero ¿qué fue?...


"No podía abrir sus ojos y sentía un calor intenso que lo ahogaba lentamente. Sus parpados estaban sellados por una potente luminosidad. No podía verla pero la percibía. Era como cuando una persiana está bajada a mediodía. Aunque la superficie esté cerrada los rayos solares se filtran por sus agujeros. Lo único que sentía a su lado era la presencia de Duque, olisqueándolo y babeándolo. El sudor empezó a extenderse por su cuello al mismo tiempo que sus manos se deslizaban por un manto de hierba. Empezó a estar intranquilo cuando Duque comenzó a  ladrar precipitadamente. El pelaje del perro se erizó como si se tratase del de un felino comenzando a salivar rápidamente.
     —¡Ey! ¿Qué te pasa chico? —Intentó tranquilizarlo poniendo su mano derecha sobre su cabeza pero no pudo conseguirlo, porque al poco tiempo, Duque salió disparado hacia ninguna parte.
     —¡DUQUE! ¡DUQUE!
Monterey no pudo esperar más, no era ese tipo de hombre. Así que decidió arriesgarse, incorporándose al mismo tiempo que intentaba abrir sus ojos. La retina empezó a  alimentarse del fogonazo luminiscente de un sol. El arqueólogo se cubrió su rostro con sus manos para que la primera impresión no le supusiese un daño irreparable. Al principio solo podía ver perfiles desenfocados en la lejanía pero lentamente se fueron formando elementos más definidos, como picos montañosos para después pasar a matojos y rincones de vegetación. Sus ojos estaban sumergidos en lágrimas mientras se mantenía atento  a todo lo que le rodeaba. Se encontraba en una especie de meseta pero una especial. Estaba guardada por una cordillera al norte de sus ojos y sobre sus pies se entendía una extensa planicie donde la hierba crecía poco y en determinados sitios concretos, a la asombra de esqueléticas ramas de árboles disecados por una presumible sequía eterna. Monterey miró en busca de algún tipo de poblamiento humano pero no encontró ningún resto. A cada paso dado, sus pies iban pisando hojarasca y hierbas con tonos marrones arañándolo. Siguió caminando totalmente desorientado por los alrededores. ¿Dónde demonios estaba? Se preguntaba una y otra vez. Lo último que recordaba era su acción desesperada de introducirse en un portal para poder escapar de las garras del culto a Hastur y de cómo había ido a parar a su cónclave secreto. Había sido una larga historia que los ladridos de Duque interrumpieron. Monterey se dirigió hacia el perro, que lo esperaba bajando una ladera. El arqueólogo se detuvo justamente donde se encontraba el animal sin parar de ladrar. Humano y perro se encontraban cerca de una construcción humana. Una gran muralla les impedía ver más allá.
     —¡No puede ser! —Se extrañó mientras se acercaba al muro de piedra, tocándolo con su mano derecha—. Pe…pero…
El arqueólogo empezó a recordar, regresando al libro que le abrió todos los secretos a cerca del Rey Amarillo, Cultos Inconfesables. Había estado estudiándolo durante toda su vida y parece que la muralla que tenía ante él, le era conocida. Recordó que entre muchas de las residencias, o supuestas localizaciones, de Hastur en este planeta una de las más queridas por el Rey Amarillo era una ubicada en Mongolia, concretamente en la lejana y misteriosa Meseta de Leng. No podía ser, era algo imposible. Si hace un rato estaba en el museo de Arkham, en Estados Unidos cómo había ido a parar a Mongolia. Era algo inconcebible al menos que estuviera equivocado. Duque empezó a aullar desconsoladamente, parecía asustado de algo. Monterey se dio la vuelta y miró asombrado la presencia de una extraña sombra que se cernía sobre ambos. La sombra dibujada sobre la pared iba creciendo rápidamente y, a la vez, le iban saliendo diferentes patas peludas de un centro que se expandía. Ante el arqueólogo había una araña del tamaño suyo, aproximándose peligrosamente. No era normal, su tamaño desafiaba cualquier regla natural conocida hasta ahora. Pero lo que más asustaba al hombre no era el tamaño desproporciona que también, lo que más odiaba Monterey en esta vida eran a los arácnidos, tenía auténtica aracnofobia y una de ellas empezaba a rozarla su pie. La espalda del hombre chocó contra el muro de piedra mientras Duque no dejaba de encabritarse ladrando sin piedad. La sombra de la araña los engulló por completo..."


Y por último nuestra estudiante favorita Amanda, que no deja de descubrir cosas nuevas. Pistas que la permitan adentrarse en dimensiones desconocidas y encontrar elementos que la hagan aumentar su conocimiento, pero también su bolsa de valiosos objetos.


Parecía que estaba levitando pero eso era imposible. Cómo podría hacer eso, era algo sobrenatural aunque bien visto, ella se dedicaba a lo sobrenatural y lo que había presencia en el Museo no era nada normal. No sabía dónde se encontraba, había sido succionada por un Portal y ahora flotaba en una especie de limbo existencial. Sentía a veces frío y otras, calor. Una brisa la escupía constantemente indicándola la temperatura a la que iba su cuerpo. Además sentía una velocidad que por momentos deceleraba y parecía detenerse para después continuar el ritmo incrementándose. La primera sensación que tuvo fue la náusea pero después vino la estabilidad, seguida de algún que otro espasmo apunto de hacerla vomitar. Una arcada seguida de un asombro cuando pasaba por los lugares más extraños y sombríos que se podía imaginar en algunos casos, y que jamás en su vida podría haberlos conocidos, en otros. Era un auténtico viaje a lo desconocido que por un lado la aterraba y por otro la fascinaba. Pasó de fogonazos de luz a una auténtica oscuridad y en ese momento se acordó de la Lámpara de Alhazred. Introdujo su mano derecha en su mochila y la sacó lentamente. Mágicamente la luz empezó a iluminar los alrededores y como si respondiesen a la llameante luz rojiza que desprendía el objeto, enseguida empezaron a aparecer junto a la estudiante ejércitos de medusas. Amanda pudo ver lo que parecía un mar azulado y ella estaba sobre el mismo. Agitó la Lámpara y las medusas que se acercaban a ella desaparecieron de su alrededor. Inesperadamente creyó ver un templete en medio del océano y sin saber muy bien dirigió la Lámpara de Alhazred hacia el lugar. Inmediatamente sus pies tocaron tierra firme y caminaron sobre una superficie de granito. La estudiante se encontraba sobre un templete con dintel abovedado y en el centro peristilado un pequeño altar con un libro abierto en el centro. Amanda se aproximó al objeto, engulléndola un aura misteriosa. Las manos de la estudiante empezaron a pasar página del libro. Parecía un Viejo Diario por las páginas pasadas. Alguien había llegado a donde había ido a parar y parecía que había escrito algo. Amanda dejó la lámpara en el suelo y sin que se diese cuenta, el objeto se hundió lentamente como si se tratase de arenas movedizas. Amanda se concentró en el libro, manteniéndola absorta. De pronto sintió un ruido y se dio la vuelta encontrándose rodeada otra vez del ejército de medusas grises y blancas. Sus manos empezaron a buscar nerviosamente la lámpara pero no encontraron nada. La segunda opción vino sola. Amanda sacó su Espada de Gloria por si la haría falta ante el inminente ataque pero, inesperadamente empezó a brillar una luz amarillenta de entre las letras que conformaban el Viejo Diario y rápidamente la luz aumentó engullendo a tiempo a la joven. Las medusas se abalanzaron hacia la nada. No había joven pero tampoco diario. Habían desaparecido y la oscuridad regresó a reinar en Otra Dimensión.” 

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