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sábado, 7 de marzo de 2015

LA CAÍDA DE DUNDEE. (XXIV). DONDE SE GUARECE LA AVENTURA.


¿Qué es la acción sin su pausa? ¿Qué es un camino sin su posada? ¿Qué es un recorrido sin su descanso? Aunque parezca mentira la intensidad se mide por su grado de calma y los mejores momentos literarios y cinematográficos de la aventura, siempre han estado localizado en sus partes más reposadas. Aquellos lugares prestos a desvelar los objetivos narrativos de la historia y al mismo tiempo, desnudar los de sus actantes generando un esquema irónico en su (inter)relación: aquellos que más se han movido anteriormente son los que deambulan tranquilamente en una guerra dialéctica por desentrañar la diégesis. Son momentos característicos por su apariencia reaccionaria, parecen que no pasa nada y sin embargo se dice mucho. Yo los llamaría "tabernas" donde se guarece la aventura. Con La Caída de Dundee quería utilizarlas para informar al lector, para indicarle por dónde tendría que seguir a los personajes pero también cuáles serían sus directrices y objetivos, y al mismo tiempo modelar su contexto narrativo. Imaginémonos que mi novela se desarrollara en la obertura del film En busca del Arca Pérdida (Steven Spielberg, 1981), es decir que en las doscientas cincuenta y nueve páginas está toda la persecución del principio de la mítica película, aquel momento en el que Indiana Jones activa el mecanismo del templo por el cual una gigantesca bola de piedra lo irá persiguiendo. Esa era una de mis primeras intenciones. Escribir con un ritmo trepidante todo lo que iba  a acontecer en Dundee, desde que se produce los primeros apagones de electricidad en el Complejo Ocioso hasta el derrumbe y caída de la ciudad-cúpula.  Ahora bien, si me hubiese dado por relatar esa tragedia no me hubiese dado tiempo a exponer algunos temas que creo son importantes para el futuro de la novela y, espero, de la serie. Así que me puse a desarrollar un epílogo y prólogo a modo de "tabernas", además de la inclusión de otras situaciones particulares, donde al mismo tiempo que reposan los héroes y villanos de mi fabula, el lector atento incansable iría descubriendo una retahíla informativa valiosa para el devenir del mundo de MINVS.
Ejemplos de hiatos circunstanciales serían el capítulo doce (Algunas Explicaciones) y el trece (La Llave), que no es que denoten a la narración sino que la connotan deliberadamente. Se produce un gancho entre ambos representado por un suspense, la espera a una explicación. Son momentos donde, curiosamente, se cede protagonismo a los secundarios descubriendo cosas y donde uno de ellos, el profesor Horacio, se erige en maestro de ceremonias de un ritual, el de la revelación. El ritmo se interrumpe dentro del Fortaleza, la geografía de la sala circular conlleva a la inmovilidad (se encuentran sentados creando circunloquios mentales esperando a la exposición), el clima es apagadamente oscuro, lejano de las luces eléctricas y de neones que han ido escoltando los avatares de los personajes en sus diversas huidas, consiguiéndolo algunos y pereciendo otros. La continuidad se frena con un único sentido, parar la diégesis pero no para fosilizarla sino para revivirla cogiendo impulso y retomando el ritmo para mucho más tarde. La trama ha llegado a una encrucijada y ahora toca posicionarse en otra dirección, y si bien es algo peligroso y no cabe duda que la historia se queda suspendida, el riesgo alimenta mi creatividad constantemente. Es mi dinero y mi trabajo conjunto a mi tiempo y sacrificio el que hace posible que La Caída de Dundee haya sido un rotundo éxito. Y no lo digo por el número de unidades vendido, que es más bien escueto, sino por un hecho incuestionable: mi obra ha salido a la luz. Eso ya es un logro aunque uno no puede quedarse en solamente eso, hay que seguir consiguiendo muchos objetivos más, como por ejemplo saber venderla. En eso soy más cauto pero continuo en la brecha y mientras tanto me tomo un gin-tonic en mi taberna favorita.



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