“Creéis estar cerca de vuestro objetivo y
cada vez estáis más lejos. Pensáis que pronto llegará el descanso tras
fatigosa batalla, pero no sabéis que esto no ha hecho más que comenzar. Predisponéis
vuestras estrategias contra mi persona pero sabéis que no tendréis ni la más
mínima oportunidad de victoria… Y sin embargo continuáis adelante. Habrá una
cosa que echaré en falta cuando destruya vuestra raza, vuestra tozudez.”
Quizá sea
la noche más exterior que hayamos tenido en nuestro museo favorito.
Nuestros héroes se introdujeron en el interior del fastuoso edificio en busca
de respuestas a sus preguntas y, lentamente, se han ido enclaustrando entre sus
paredes, casi emparedándose con las mismas. Poco a poco van encontrado pistas y
símbolos mientras descubren los objetos
más fabulosos (Espada de Gloria, el Libro de Dzyan o el mítico Necronomicón) y topan con los seres más
extraños (un Gul o un Byakhee) que jamás hayan podido imaginar.
Empezaremos
hoy con Amanda Sharpe que desapareció de esa Otra Dimensión y aparecerá en la Meseta de Leng, ¡junto a Monterey Jack!
“La
oscuridad lo inundaba todo a su alrededor, ella seguía sintiendo un ritmo en su
interior que la propulsaba hacia no sabe qué lugar y hacia qué dirección. Pero
la incertidumbre duró poco tiempo, aunque la sensación agobiante parecía
perdurar eternamente en su consciencia. La desorientación era
tal que Amanda pensó en una sensación similar a la que tuvo cuando de pequeña
su madre la encerraba en el ático de su casa. Sabía dónde estaba y como era la geografía
del espacio pero cuando su madre apagaba la luz y oía la puerta
chirriar cerrándose, la invadía la desazón que borraba cualquier atisbo de
racionalidad física y psíquica, empezando un proceso desorientativo que la
hacía no volver a desobedecer a su progenitora nunca más, o por lo menos, hasta la próxima semana. En ese pensamiento se encontraba cuando una potente luz
la cegó completamente. La primera reacción de la joven fue defenderse del
fulgor amarillento sacando la única arma que poseía, la Espada de Gloria, y empezó a dar bandazos a diestro y siniestro.
Cuando oyó un berrido descomunal paró de ejercitar su esgrima y abrió sus ojos.
Ante sus lentes apareció un hombre de mediana edad, con un
bigotillo depurado en su constitución capilar pero al mismo
tiempo, correctamente definido en su acabado. A su lado había un perro que se mostraba rabiosamente alerta ante su presencia. El rostro del hombre era de
asombro ante Amanda. La estudiante decidió cambiar de objetivo visual,
siguiendo la miranda de aquel hombre hacia el suelo arenoso. La joven contempló
asustada como el filo de su arma se encontraba incrustado sobre una cabeza
peluda que poseía mil ojos. Asqueada, se apartó de lo que parecía una
araña descomunal posicionándose al lado del hombre y del perro. Los tres contemplaban el
cuerpo sin vida de la bestia y sus corazones no dejaban de bombear al mismo
ritmo, el del terror.
—¡Bu... buena puntería! —Alabó el hombre.
—¡Bu... buena puntería! —Alabó el hombre.
—Gra…
gracias.
—¿De... de dónde saléis?
—Cre… creo que de arriba. — Cabeceando desconcertada.
Monterey
miró al cielo encapotado y después asintió. Una incongruencia más no le
molestaba después de su fantástico periplo. Duque se calmó y se acercó a la joven rozando su piel con su pantalón.
—Me
llamo Monterey Jack. —Lanzó su mano hacia la joven mientras Duque ladró entusiasta.
—Amanda,
—seguía contemplando a la araña—. Amanda Sharpe.
La
estudiante aceptó la rugosa mano del arqueólogo y juntos se miraron por primera
vez después de la confrontación con la bestia.
—¿Sabéis dónde estamos?
Monterey estaba a punto de contestarla. Iba a ser una respuesta contundente como aquellas que solía dar al principio de su carrera cuando estaba en la universidad de Miskatonic, ejerciendo como profesor frente al ejercito de sus alumnos.
—¿Sabéis dónde estamos?
Monterey estaba a punto de contestarla. Iba a ser una respuesta contundente como aquellas que solía dar al principio de su carrera cuando estaba en la universidad de Miskatonic, ejerciendo como profesor frente al ejercito de sus alumnos.
—¡EN
LA MESETA DE LENG! --Se oyó una voz cavernosa.
El hombre miró hacia arriba, hacia el muro. Sabía dónde estaba y quería responder a la joven pero hubo alguien más rápido que él en contestar. Eso lo repateaba mientras Duque empezaba a encabritarse expulsando una fina y viscosa espuma por su hocico. Ante ellos apareció un ser envuelto en una túnica. Parecía alto y corpulento y sólo se podía vislumbrar unos profundos ojos oscuros mirándoles atentamente. La mirada, o la sensación de ser contemplados, era una fría y cargada de autoridad y desprecio. Al oír el nombre del lugar, Amanda precipitó su mente. Había oído, o mejor dicho, leído ese nombre en algún lugar pero… ¿dónde?
El hombre miró hacia arriba, hacia el muro. Sabía dónde estaba y quería responder a la joven pero hubo alguien más rápido que él en contestar. Eso lo repateaba mientras Duque empezaba a encabritarse expulsando una fina y viscosa espuma por su hocico. Ante ellos apareció un ser envuelto en una túnica. Parecía alto y corpulento y sólo se podía vislumbrar unos profundos ojos oscuros mirándoles atentamente. La mirada, o la sensación de ser contemplados, era una fría y cargada de autoridad y desprecio. Al oír el nombre del lugar, Amanda precipitó su mente. Había oído, o mejor dicho, leído ese nombre en algún lugar pero… ¿dónde?
—¡SOIS
UNOS MORTALES DESPRECIABLES!
El ser saltó al vacío y ante ellos, empezó
a caer levitando hacia posicionarse enfrente suyo y al lado de la
cabeza sangrante de la araña gigante. De la túnica grisácea salió un brazo y
una tersa mano acarició la peluda cabeza. Monterey y Amanda se dieron cuenta
que el ser no tenía ojos sino unos agujeros en sus cuencas, tan profundos como
abismos. El ser miró a la bestia y después al objeto que tenía clavado encima. La
mano lo cogió y la Espada de Gloria
se deshizo rápidamente, descomponiéndose molecularmente. Duque se asustó y salió corriendo desesperado.
—No es humano. —Susurró a la joven.
—¡No me digas! —Se burló Amanda mientras
pensaba en dónde había leído el nombre del lugar.
—Habéis
matado a mi mascota y, —se fue acercando a los
dos—… ¡A LA DE MI SEÑOR!
Otra vez
gritó y Amanda dejó de recordar llegando a una conclusión.
—¿En
el Viejo Diario? --Llegando a una conclusión mientras el extraño se detuvo bruscamente.
—¿Qué?
La estudiante
se sacó el tomo que encontró en la Otra Dimensión y lo ojeó al mismo
tiempo que el ser la espiaba cada centímetro de su cuerpo. La mirada de
Monterey se giraba hacia la joven sin perder de vista a la del extraño.
—¡Te
está mirando! —Avisó susurrante.
Amanda
seguía concentrada en el interior del tomo hasta que llegó a la parte que más
la interesaba.
—¡Nos
encontramos en otra realidad!
—¿Otra
realidad? Que yo recuerde la Meseta de Leng se encuentra en Mongolia, en
Asia, en el Planeta Tierra. —Increpó el arqueólogo.
—¡Inocente! --Sonrió el ser--. ¿Crees
que esto es real?
El extraño se levantó
parte de su túnica y dejó ver su desnuda barriga. Los dos parecían hipnotizados mirándola. Se empezaron a formar arrugas a la
altura del estómago y repentinamente apareció un gran ojo. La pupila se les
quedó mirando mientras que la arruga funcionaba como párpado ocular.
—¡Madre
mía!
Amanda
cerró el Viejo Diario emitiendo una
arcada.
—No
me extraña que mi señor Hastur quiera eliminaros.
—¡El
Rey Amarillo!
—No valéis ni siquiera para sacar de
vosotros lo mejor.
—De ése también habla el diario. —Susurrándoselo
al arqueólogo.
—Es un viejo conocido. —Ironizó Monterey.
—Bueno,
¡ya basta! —Se volvió a cubrir su cuerpo—. Habéis cometido un sacrilegio y antes de vuestro final, lo pagaréis con vuestra vida.
—¿Nuestro
final?
—Sí,
el vuestro como raza. —Retomó el acercamiento hacia los dos—. Estáis viviendo con
tiempo prestado.
Automáticamente, tanto Monterey como Amanda empezaron a recular hasta que sus
cuerpos chocaron contra la estructura de piedra. Parecían no tener
escapatoria.
—Pe…
pero ¿Por qué?
—Toda
la vida habéis querido saber más y más. Y esa energía es vuestro motor que os
llevará a la destrucción. No hay posibilidad de escape.
—¡El
apocalipsis!
— Muchas
religiones lo han llamado de muchas maneras y pronto se hará realidad.
Se detuvo
drásticamente enfrente de los dos y se sacó una flauta de madera con seis
agujeritos, empezando a tocarla suavemente. Las cuencas vacías empezaron a
empequeñecerse y la otra mano, subió la túnica donde se encontraba el ojo. Una
mirada maligna los espiaba mientras el ser no dejaba de tocar la flauta.
—¡Existe
una solución!
El ser
dejó de tocar y bajó su túnica.
—¡Qué
decís!
—Que
podemos salvarnos…
Las
cuencas del ser se empezaron a abrir otra vez, mecanicamente como si fuera un
autómata mirándoles detenidamente.
—En
el Viejo Diario lo pone…
—Seréis los primeros y los últimos humanos que profanáis el templo del Sumo Sacerdote de Hastur.
—Miró el libro que tenía Amanda entre sus manos.— ¡Ese libro pertenece al Rey Amarillo!
En un amago el sumo Sacerdote quiso robar el
libro a la estudiante pero esta lo esquivó desplazándose hacia la izquierda. La
mano etérea del ser rozó a la de la estudiante. Monterey se abalanzó sobre el
sacerdote de Hastur e intento detener su latrocinio. Inesperadamente, de la
espalda del ser salió un musculoso brazo y un puño cerrado golpeó al arqueólogo
en su rostro. El golpe fue brutal, produciéndose un desmayo contundente. El
cuerpo de Monterey cayó a los pies del sumo Sacerdote. Amanda no perdió el
tiempo y golpeó la cabeza del ser de tal manera que el lomo del libro, robusto
y terminado en pico, se lo clavó en su sien. El ser se desplazó unos metros y mientras
gritaba, se empezó a derretir. La túnica no tardó mucho en desaparecer ante los
atónitos ojos de Amanda pero ante de su desaparición, el brazo del sumo
Sacerdote consiguió alcanzar el Viejo
Diario y hacerlo desparecer con su propio ser. La joven se quedó mirando
la nada y después el cuerpo tendido de Monterey. El cielo se nubló
completamente y empezaron a caer las primeras gotas. Amanda no se percató al
principio porque estaba socorriendo al arqueólogo, pero cuando una gota rozó su
piel, exclamó con rabia. La quemaba, no era lluvia sino una especie de ácido.
Al mirar el suelo constató que dónde la lluvia golpeaba se creaba una pequeña
cortina de humo. ¡Ácido! Las gotas empezaron a caer con mayor asiduidad rodeando a la pareja. ¡No tenían escapatoria! La lluvia rozó la piel del arqueólogo haciéndole despertar dolorido del golpe sufrido. El hombre miró extrañado la lluvia ácida.--Pero... ¿Qué es esto?
Los dos miraron en todas las direcciones buscando alguna salida a su precaria situación, pero la lluvia los iba cercando rápidamente. ¿Sería su final? Inesperadamente los ladridos de Duque regresaron al lugar, haciendo sonreír a la pareja.
--¡Ese perro, te juro que si salimos de ésta, me lo quedo!
Duque se detuvo a una altura cercana a la pareja ladrando. Amanda desafió a la lluvia ácida y se apartó del muro unos metros. Los ojos de la joven pudieron ver lo que parecía una entrada."
Jenny, por su parte, en solitario va a descubrir muchas cosas acerca de la extraña niebla que rodea Arkham y un extraño símbolo dibujado en el suelo...
"Buscaba
frenéticamente alguna salida al museo pero no la encontraba y a cada paso dado,
oía más voces acercándose al mismo tiempo que la niebla se hacía más espesa en
el interior del edificio. ¿Cómo era posible la formación gaseosa? La pregunta
explotó en su mente pero esquivó su onda expansiva, evitando comerse más la
cabeza, sobre todo después de lo que había vivido esa noche. ¡Había pasado de
todo! Incluso había recordado a su nefasto progenitor. Pero la señorita Barnes
no era de aquellas personas que se dieran por vencida tan fácilmente. No señor
y la diletante continúo aventurándose por habitaciones y pasillos del museo. A
medida que lo hacía notó un calor que provenía del Necronomicón. Se detuvo en frente de una sala oscura cuya puerta
entreabierta la incitaba a resguardarse de las voces y de la niebla.
Rápidamente el ente vaporoso hizo su presencia acercándose a la mujer. Entre el
calor, la duda y el miedo, no lo dudó ni un segundo. Jenny se introdujo en la
sala cerrando su puerta tras ella. Lo asombroso de la acción es que la niebla
pasó de largo y se perdió por el final del largo pasillo del segundo piso del
edificio. Su cuerpo se relajó apoyándose sobre la puerta al mismo tiempo que su
esbelta mano pulsó el interruptor del interior. A la izquierda de la mujer
existía una mesa con su correspondiente silla y enfrente había una serie de
vitrinas que permanecían a oscuras manteniendo su interior censurado para los
ojos más curiosos. Jenny los tenía y no podía perder la oportunidad de
encontrar otro objeto fabuloso. La avaricia la llenó por completo. Quería más y
más y enseguida pensó que estaba en el lugar adecuado y con el tiempo preciso.
Ya no existían las voces, ni las bestias ni siquiera la pesada presencia de la
niebla, sólo esas vitrinas que escondían algo, estaba segura. Las vitrinas
estaban posicionadas en tres filas de cuatro objetos cada una. Sobre un
pedestal de madera estaban los cuatro cristales opacos. La mujer dejó el libro
de los muertos y la Estatuilla alienígena sobre la mesa de la sala y se acercó
a la primera vitrina. La espió concienzudamente mirando el perímetro de la
misma. No pudo ver nada. Deseo ver algo pero no vio nada. Solo oscuridad. Sus
manos intentaron explorar la superficie acristalada pero las retiró bruscamente
porque se quemaron al posarlas sobre uno de sus lados. No sabía lo que había en el interior de
cada vitrina pero los cristales irradiaban un calor semejante al del
Necronomicón. El aumento de temperatura la hizo recordar que poseía el famoso
libro y fue en su búsqueda. Jenny lo miró sorprendida. El libro estaba abierto
y que ella recuerde, lo había dejado cerrado sobre la mesa. La mujer se acercó
más y comprobó que por donde estaba el libro abierto había un dibujo: era una
especie de niebla envolvente como la que la había estado persiguiendo
prácticamente desde el muelle. Sobresalía de un extraño edificio cuya
arquitectura no era normal. Muros titánicos acababan en puntas inaccesibles.
Ángulos sin fin ahogaban cualquier
espacio libre. Era como si el edifico cobrase vida y se retorciese por
algún motivo.
—Las Nieblas de Releh. —Leyó en voz alta.
El dedo
femenino buscó algo más que la imagen, explorando los párrafos que seguían al
icono. Releh, más conocido como R’lyeh fue la ciudad santa del gran Cthulhu.
Hace eones fue el foco de atención del universo y ahora no era más que un
conglomerado de ruinas, hundidas bajo el manto del océano Pacífico sepultando
la morada del más grande de los Primigenios. Dejó de leer extrañada y
desorientada, no entendía nada pero algo llamó su atención. La
estatuilla no estaba. Jenny miró por todos lados y no vio nada. ¿Dónde demonios
habría ido? Y lo más importante, ¿quién la habría cogido? La mujer miró nerviosa a su alrededor. Inesperadamente la luz se apagó y misteriosamente, el
interior de todas las vitrinas se encendió proporcionando un fulgor rojizo al
interior de la habitación.
—Pe… ¿pero qué diablos?... —Volvió a
sombrarse.
Del
interior de la vitrinas se podía ver la misma estatua pero con diferente
dimensión y peso. La señorita Barnes tenía a un pequeño ejército de estatuillas
alienígenas a sus pies. Jenny se acercó a la primera fila mirándolas con una
sonrisa.
—¡No me lo puedo creer! —Dejó de mirarlas
para mirar alrededor de toda la sala—. Esto no es un museo, es una feria de las
vanidades.
La mujer no pudo contener su sonrisa pero algo
volvió a llamar su atención. Sobre una escalera de caracol, que no había visto
al principio, pudo observar en el cuarto escalón a su estatuilla. La mujer se
aproximó hacia la escalera, comprobando que seguía hasta un segundo piso
escondido en la oscuridad. La sala era más grande de lo que parecía a primera
vista. Los pies de Jenny llegaron al cuarto escalón y su cabeza se pudo
vislumbrar desde el segundo piso. Cogió la estatuilla y sonriéndola se aventuró
al piso de arriba. Llegó a un balcón donde podía divisar toda la sala y las
vitrinas, algo la mantuvo petrificada. Desde aquella altura pudo comprobar algo
que no pudo ver a ras del suelo. Las vitrinas tapaban un dibujo abstracto a un
primer visionado pero que acercándose empezaban a tener sentido. Era una
especie de estrella de David muy grande. Inesperadamente la puerta de la sala
explotó en mil añicos asustando a la mujer que se arrodilló automáticamente. La
niebla empezó a invadir el espacio. El ente gaseoso se empezó a dividir
formando cuatro hileras correspondientes a las cuatro filas de las vitrinas y
rápidamente iba siendo succionado por cada una de ellas. Era como si las
estatuillas chupasen todo la niebla. Jenny se levantó y comprobó que el extraño
símbolo esculpido sobre el suelo de madera empezaba a iluminarse con un fulgor
azulado, a medida que las estatuillas absorbían la niebla. La mujer bajo la
escalera de caracol y vio que el Necronomicón había pasado de página. Ahora se
encontraba en una que ponía: El Símbolo Arcano. O había alguien que
quería que descubriese algo o estaba perdiendo completamente la cabeza esa
noche."
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