"Resolver un enigma. Existe una imagen que me sorprende y, no sé porque, empieza una investigación".
Juan Millares el director, y nunca mejor usado desde la propia materialidad de sus imágenes, de El pabellón alemán (2009) da en el clavo. Su cortometraje documental es un diálogo con las imágenes donde el espectador se deja llevar por un relato estático, en cuanto fotográfico, pero dinámico desentrañando un crimen en el mítico espacio del título, o quizá no. En cualquier caso el que asista a sus imágenes se verá envuelto en un viaje, que no tiene por qué llegar al mismo destino que al de su creador, pero que comporte un hecho. La exploración, la odisea de compartir una experiencia. Instantáneamente me vino a la memoria una frase que suena en La mirada de Ulises (To vlemma tou Odyssea, Theo Angelopoulos, GRE, 1995), donde uno de sus personajes dice: "Dios creó primeramente el viaje, luego vendría la duda y la nostalgia." A la hora de enfrentarme a mi primer ensayo-visual, de alguna manera, heredero este tipo de praxis.
La primera imagen que conforma el video- ensayo es estremecedora. Eric Harris adentrándose con otro joven en Columbine, siendo grabados por Dylan Klebold. Da que pensar, y de alguna manera, ese razonamiento es lo que me ha hecho ver las imágenes de otra manera. Se convirtieron, mágicamente, en conscientes y por tanto en portadoras de un sentido, más allá de lo que muestran. Consecuentemente esas imágenes también consienten que exista un proceso analítico.
Eric
habla amigablemente con otro estudiante en los pasillos de la Columbine High
School días antes de la masacre. Dylan
está grabando su paseo cuando al fondo aparece un grupo. Mientras Eric y el otro estudiante no se
percatan de la presencia y continúan hablando, Dylan si lo hace. Deja de seguir torpemente las espaldas de sus
compañeros para encuadrar perfectamente, al fondo, al grupo que se aproxima. De
alguna manera, está planificando la amenaza que se aproxima contundentemente
hacia ellos. Cuando, por fin, Eric
se dé cuenta de la presencia realizará un gesto escalofriante. El grupo,
imparable, camina hacia ellos y Eric,
sumiso, baja su cabeza mientras la masa pasa como una apisonadora entre ellos.
A Dylan también le regalarán unos
“roces”, haciéndole perder el equilibrio de la cámara. Víctimas y verdugos se
dan la mano en estos aterradores segundos que, días después intercambiarán
dramáticamente sus papeles. El mal no nace de repente, se va gestando
lentamente. De igual manera, las imágenes tampoco son inocentes. El punto de
partida se ha generado.
¿De dónde provienen las imágenes de la web serie de Joss Whedon? Al verlas sentí que ya las
había asimilado en otro momento de mi vida. Automáticamente fueron aflorando
secuencias de otras películas, que me iban conformando una especie de bosquejo
de estructura. Pero, quizá, la secuencia del ataque de Dr.
Horrible fue decisiva. Esas imágenes fueron pregnantes para mí. Dejé a un
lado a los personajes, incluso, ya no oía la música, simplemente veía gente
asustada parapetada en unas sillas, o corriendo de un lado a otro. Y
automáticamente se generó la conexión pertinente, se produjo la asociación con
otras imágenes. Unas de origen completamente diferente. Fueron las que
registraron las cámaras de seguridad del Instituto Columbine en Colorado, el 20
de Abril de 1999. La rememoración terminó anclando el final de mi video-ensayo
con el principio. Las imágenes son caóticas en blanco y negro y de muy mala
calidad. El sonido es casi indescifrable pero provocan pavor: varias estampidas
de estudiantes mientras los agentes de seguridad describen lo que vemos y lo
que oímos en detrimento de una ayuda que no llega. Quizá lo que más miedo da,
no fueron los hechos terribles acontecidos aquel día, sino la imposibilidad de
creerlos.
¿Qué queda entre tanto horror? Pues el vacío
absoluto en forma de diálogo surrealista entre el creador y su obra. Por un
lado tenemos al propio Joss Whedon
hablando de su película, Serenity
(2005, USA) transformando su oratoria casi en una elegía para terminar en una
especie de resurrección, rozando la inmortalidad. Es el discurso del vencedor. Y por otro, Dr. Horrible que
se regodea, se cachondea de sus palabras y construye sus orígenes en otras
imágenes. La idea “frankensteiniana” vuela por todo el video-ensayo, desde el
momento que considero las referencias como partes inertes que solamente
resucitan, cobran sentido, cuando están montadas secuencialmente. Así una
anodina conversación de pareja nos recuerda a El Jovencito Frankenstein
(Young Frankenstein, Mel Brooks,
USA, 1974) o un Capitán Hammer (Nathan
Fillion) nos retrotrae a un dentista loco (Steven Martin) de La pequeña
Tienda de los Horrores (Little Shop of Horrors, Frank Oz, USA, 1986). Todas poniendo un énfasis en la violencia, y
más concretamente en la ejercida por una masculinidad desaforada. Pero, además,
existe un momento, desde la propia materialidad icónica del encuadre, que me
hizo elegir un plano y no otro, confiriéndole a esa imagen el gesto propulsor
de la imagen cons(c)iente.
El cordón umbilical se
tenía que edificar sobre el creador de creadores hollywoodiano por excelencia. Steven Spielberg y su El diablo sobre ruedas (Duel, USA, 1971)
se conformaron como maestros de ceremonias del video-ensayo. El momento es lo
más anodino posible dentro de una película anodina, escenificado por el gesto
sencillo de apertura de una lavadora. Es la posición de la cámara, su forma, en
definitiva, ante lo que filma, lo que hipnotiza. En la película de Spielberg solamente es una pero en la
ficción de Whedon son hasta cuatro
aperturas de lavadoras. Nos encontramos en el territorio del exceso
grandilocuente y del ripio, ¿y qué es Dr.
Horrible sino una repetición constante de aquello que nos recuerda haber
visto? De aquello que somos cons(c)ientes de su existencia. Una consciencia que
ya nos hacía recordar la película El enigma
del otro mundo (The Thing from Another World, Howard Hawks y Christian Nyby, USA, 1951), alertándonos con mirar a
los cielos.
Aquí os dejo el enlace del video-ensayo: La imagen cons(c)iente.
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