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domingo, 30 de agosto de 2020

DOMINGO DE VIÑETAS. VIAJE A LA INFANCIA. (II). POR UN ACCIDENTE.

Siguen alumbrándome los faros de los quioscos en este periplo. De esas portadas de cómics empotradas en sus rincones más inaccesibles, olvidadas, descoloridas, que en algunos casos parecían estar disecadas, compartiendo espacio con restos de insectos de toda índole, descubrí un nuevo formato que me acompañaría todo mi vida, el álbum, y el primero de tapa blanda que conseguí en el verano de 1984, por mediación del bolsillo de una de mis tía, fue éste:

Devoré la aventura del súper agente 327 mientras otros niños chapoteaban en la piscina. Fue el primer verano en el que sería consciente de estar leyendo y maravillándome, al mismo tiempo. No hablaré hoy de la obra de Martin Lodewijk, aunque espero hacerlo en el futuro porque es una gozada, pero sí de la cabecera que la acogió en este país. Estoy hablando de la revista Fuera Borda de la editorial Sarpe, cuyo primer número también pude degustar gratamente.

El protagonista de la saga de Los hombrecitos de Seron  me invitaba a descubrir una nueva forma de entretenerme. La BD  empezaba su desembarco para un niño de siete años aunque con fecha de caducidad, la revista solo duró 50 números. Después tendría que esperar a la revista Guai! pero eso ya sería otra historia. La primera narración protagonizada por esos hombrecitos (en este caso con guion de Desprechins), capitaneados por el temerario Renaud y sus fieles compañeros, Laviga, Lapaja o Lagasca, sin olvidarnos del profesor Hondegger, y un sinfín más de emblemáticos personajes, fue El éxodo y la descubrí entre las páginas de Fuera Borda. Con ella creía que empezaba una serie de aventuras de esos personajes buscando un nuevo sitio donde vivir, pero no podía estar más equivocado, ese álbum era el quinto ya, con lo cual desde España, como siempre, andábamos un poquito retrasados. 

Todo empezaba por un accidente, las mejores ideas parten de un error. La primera viñeta es inundaba por la cotidianidad, personajes caricaturizados realizando sus actividades más normales, ni resto de superpoderes por ningún lado. Bien, un agradecimiento llevaba al desastre, una invitación a la catástrofe, el drama de los hombrecitos comenzaba para mí y lo ejemplar es el modo de aproximarnos a ello. Seron nos lo advierte de la manera más sutil posible, nos dice que algo no va bien, existe algo en la primera viñeta que despunta anormalidad, inquietud, algo va a pasar. La clave, como siempre, está en las matemáticas. Las dos líneas continuas, que no se pueden cruzar, de la carretera, aquellas que está pisando el camión amarillo, son rectas pero están ligeramente inclinadas. La historia de la que vamos a ser testigos va a partir de una realidad, acatamiento de unas reglas, pero enseguida se va a deslizar hacia el otro lado, el fantástico, saltarse esas normas, y el autor lo consigue no con el dibujo en sí, sino con su punto de vista. Es el punto de vista el que está inclinado, el que detecta la anomalía, algo va a pasar.

No podía elegir una sola viñeta así que os rescato la página completa. El conductor aparca su camión, aceptando la invitación, y olvidándose de dejar el freno de mano puesto. El camión revive, cayendo carreta abajo produciendo lo que estáis observando. El detalle del choque me quedó mudo. Era la primera vez que contemplaba unos rostros caricaturizados pero al mismo tiempo, estaba viendo un perfecto accidente. Ficción y realidad se daban la mano. Este comienzo ayudaba a inmiscuirnos lentamente en el mundo fantástico de los hombrecitos aunque todavía me depararía alguna que otra sorpresa más. Cuando uno entra en un mundo nuevo, el desconcierto lo acompaña.

La siguiente plancha corrobora el efecto del accidente. Una presa se destruye inundando las cercanías. Algo no iba bien en mi lectura, había algo que me producía confusión. Vuelvo a repetir que esta fue la primera narración de Los Hombrecitos en España por lo tanto, me introducía en sus aventuras desconociendo su contexto. El desconcierto me seguía entre estas viñetas. La primera es una de situación, un plano general para el que le guste el cine, vemos la inundación rodeando un castillo. Las siguientes serían las de unos hombres batallando contra la fuerza del agua. Todo formaba un corpus lógico narrativo pero sin embargo... Algo seguía sin encajar. La siguiente viñeta bajó el telón de la incertidumbre.

Resulta que la presa afectó a las inmediaciones del lugar pero también a una comunidad de seres miniaturizados por un extraño meteorito, escondidos en las cisternas en desuso del castillo. La duda se disipó inmediatamente, pero hasta llegar a ver la luz al final de ese túnel, estuve en un limbo muy raro. Realidad / Ficción ya no sólo se confundía en el relato, sino que incluso en el interior de una página, en el centro mismo, entre sus viñetas. Desde esa vista de pájaro del paisaje, enseñoreado por el castillo hasta los hombrecitos intentando tapar las fisuras de las cisternas, obra la técnica, otra vez cinematográfica si se quiere, un travelling de aproximación prodigioso e inconsciente para un niño de siete u ocho años, que fue alimentando su imaginación hasta la actualidad con mis cuarenta y tres años y que desembocó en La caída de Dundee (2003). En el próximo acto, seguiremos hablando de viñetas pero no de cómics hasta entonces, para aquellos que todavía no conocéis a los hombrecitos, dadle una oportunidad (la editorial Dolmen está haciendo una labor majestuosa para traerlos de vuelta, y no sólo a estos personajes de BD) descubriréis un mundo de aventuras pequeñamente maravilloso.



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