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domingo, 23 de agosto de 2020

DOMINGO DE VIÑETAS. VIAJE A LA INFANCIA. (I). El ecosistema fabuloso real.

Hoy arranca un viaje que me llevará al sitio más peligroso que conozco, mi infancia. En principio estará dividido en tres partes, tres etapas, y no sé muy bien dónde acabaré. La nostalgia será una de mis enemigas a la que tendré que negar, al menos hasta en tres ocasiones. ¡Adelante!

El invierno del dibujante (Editorial Astiberri) de Paco Roca se abre con la apertura de un quiosco. Aquí tengo que recordaros que ya hable de ellos en el número siete (Arqueología de una viñeta. II. Juicio a la BD) de Domingo de viñetas. La acción propiamente dicha, los primeros bocadillos, van emergiendo de las primeras viñetas y como si fuese el motor impulsor del que se nutriera el relato, a medida que nos vayamos acercando a ese lugar con la ayuda de un niño, veremos como la historia nace en todos los sentidos. Por un lado narrativamente hablando, se posiciona en un contexto determinado: una ciudad española en el invierno de 1958 y por otro lado, gráficamente se muestra la acción con sus protagonistas empezando a aparecer por el lado derecho de la viñeta y después ocupando su centro neurálgico. Todo en los límites de un lugar perdido, un lugar que para muchos se convirtió en una verdadera ventana al mundo "real" pero también al de la "ficción", el quiosco. 

Intentaré que este post de hoy sea un diálogo entre estos dos momentos de un cómic irrepetible. La primera viñeta representa el momento fundacional del descubrimiento. El niño rodeado de numerosas opciones escapistas, pero hipnotizado con una portada en concreto, con su faro particular, un tebeo de Pulgarcito. La sonrisa del niño y persistencia a través de la indicación de su dedo índice, muestran el anhelo infantil por volar a otros mundos. Ya se encargará su madre de propinarle su dosis de realidad pertinente cuando comprándoselo, le reproche que como se entere su padre que gasta el dinero en "ESTO"...

Habría que definir lo abstracto antes de continuar. Qué representa el pronombre demostrativo. Una entelequia. Para unos, bobadas de críos que tendrían que estar empezando a madurar en la vida, para otros, en nuestro caso, los historietistas, una forma de trabajo, una artesanía que despunta ya un final anunciado pero que aun así, hay que afrontarlo de la manera más lógica posible, sin grandes aspavientos ni grandes espectacularidades. Y aquí sobresale una de las características de Roca, su afán por no despuntar, su negligente opción anónima de resaltar aquello que está escondido sin fuegos artificiales, y mira que puede llegar a ser difícil, sobre todo para un valenciano como él. Bromas aparte, la chispa se ha generado.

                                  (La campa del muerto, Santutxu, Bilbao).

En mi caso también todo parte de una invocación, de un llamamiento. Existen dos centros de dicha invocación en mi infancia, que leyendo El invierno del dibujante, me los recuerda constantemente y me hace retornar a ellos, son mis particulares cantos de sirena. Uno de ellos fueron los descansillos de los cines donde me crié, en diferentes ciudades y pueblos españoles y otro, los quioscos (uno de ellos se puede ver en la foto de arriba, el situado en la parada de autobuses con tejadillo verde). El primero albergaba la maravilla y no precisamente en la sala de cine si no en su descansillo, antes de penetrar en "el reino de las sombras". Siempre me quedaba delante de la próxima película que iban a estrenar mirando su cartelera y una colección de afiches de unos nueve fotocromos, que a modo de avance, nos hacían poner los dientes largos a los que se atrevían a perder unos minutos en contemplarlos. Esas instantáneas, viñetas también porque no decirlo, representaban un mundo por explorar, una posibilidad incierta porque a menudo esas fotografías fijas eran precisamente eso, momentos del propio rodaje de las películas y nunca saldrían en sus diégesis. En cualquier caso alimentaba mi imaginación, igual que lo hacían los tenderetes de los quioscos, de los que me quedaba petrificado esperando al autobús que me dejaría en mi gris realidad, mi colegio. Siempre saboreaba mejor esos momentos, prólogos de mi aburrida cotidianidad, imaginándome el interior de esos cómics.

Bien, observando esa viñeta al principio de la historia, rememoré ese momento y aunque, cronológicamente, yo no sea un hijo de esos tiempos, sí que lo fui del final de esos ágoras culturales y creativos que fueron los quioscos. Allí todo pasaba y esto era literal, como se puede observar en la página que he destacado. Los protagonistas de la historia presentándose como de pasada, como fantasmas de un pretérito que nadie quiere recordar, marchando en dirección a la editorial donde trabajan. Es una presentación, más que cinematográfica, cinética y aquí me gustaría dirigirme a todos aquellos que piensan que Roca no ejercita el movimiento, que parece que en sus páginas, en sus viñetas, no pasa absolutamente nada. Algo de eso también hablaba en el post número 5 (Anatomía del movimiento) acerca de la obra de Jeff Smith. Al escritor norteamericano también le llueven las mismas críticas, y es que pareciera, que quien las hace es incapaz de ver que sus páginas y sus viñetas "clonadas" son todo lo contrario. Están llenas de pequeños detalles que ayudan a escenificar otro tipo de movimientos, alejados de esos que nos tienen acostumbrados cualquier cómic de Marvel o DC, o cualquier ejemplar de manga. En el caso del estilo Roca, es mostrar el movimiento encapsulado de unas viñetas en un artificio memorable. Transformar el dibujo inmóvil sobre papel en una idea móvil en la mente del lector. Puede que algunos hubiéramos estado viviendo en realidades paralelas circunscritas entre esos dos momentos, entre la fantasía, la posibilidad de una vida, y la realidad, la vida posiblemente. Entre aquello que soñamos y aquello que vivimos. Los historietistas no se encontrarán jamás con ese niño pero queda determinado el lugar de aparición de ambos, el hábitat perfecto donde ambos momentos pasaron, un ecosistema fabuloso de vida.

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