Regresamos al
taller, después de un tiempo prudencialmente largo donde han sucedido muchas cosas. A nivel lúdico, por supuesto, y a nivel personal también. Pero aquí estamos, no creáis que me haya olvidado de los Caballeros del Club Unicornio y sus aventuras. Y de hecho, la sesión de juego dio para mucho, tanto, que tendré que dividir este capítulo en dos partes. La verdad es que fue muy rico en narratividad y me gustaría describir, a grandes rasgos, todo lo que sucedido. Bien, se hiciéramos un ejercicio de reminiscencia,
recordaríamos que nuestros héroes buscando pistas en la mansión Blackmore, son atacados por las huestes del Culto y prácticamente salen volando del edificio debido a una explosión. Gracias a la señorita Sutherland, que los ha mantenido en una cúpula de energía parece que han escapado, pero las cosas son bien diferente en el Mundo de Smog: acabaran en las garras de lord Crowley.
El escenario de esta partida se llama Egipto y como ya veréis, porque entraremos en más detalle, prometía. Primero por la dimensión del mismo y segundo por la múltiple presencia de personajes.

Empezaremos por realizar un zoom de aproximación a uno de los lugares que incluye la partida. Es el ubicado en el margen superior derecho de la primera foto. Sería una sala con sarcófagos y momias, como se puede ver en la foto que tenéis arriba. Allí tenemos a nuestros héroes encerrados. Han sido atrapados por lord Crowley y enclaustrados en una sala que recuerda al mundo egipcio. Aquí quise hacer un juego de apariencias con la parte narrativa del taller, no sé si lo habré conseguido. El objetivo era hacer creer a los personajes que estaban realmente en Egipto, sin haber abandonado su neblinoso Londres. El título del capítulo se llama de esa manera y me parecía un reclamo fantástico para poder jugar, ya no sólo con los lectores sino también con los propios actantes. Si mirásemos la loseta donde se encuentran, nos daríamos cuenta del grado de detalle que posee. El mismo suelo es un magnífico ejemplo de ambientación para crear todo un mundo limitado sobre una superficie acartonada. ¡Existen infinidad de jeroglíficos!

Si abriéramos el plano un poco más, descubriremos el interior de otra sala, mucho más grande que la anterior, cuya disposición alrededor de cuatro columnas nos daría la sensación de que estaríamos en el interior de un templo egipcio. Os recuerdo que esta historia empezaba en algún lugar remoto del país de los faraones, más concretamente en Alejandría, con
la expedición de lord Petrie. Además tenemos interesantes huéspedes en ese espacio. Como si estuviesen escoltando cada columna, se encuentran los guardias de la Necrópolis y al fondo podemos ver otra estancia, también diminuta, donde existe la presencia de la bestia canópica. Como digo la cosa se ponía interesante a cada segundo de juego, alimentando las expectativas a una velocidad pasmosa. Como también podréis comprobar si agudizáis la visión, en esa estancia existe un token por el que tendremos que luchar. Es ni más ni menos que otro fragmento de
La estela de Moloch, que como sabréis es fundamental para nuestra misión.
Bien, ni corta ni perezosa, Abigail se decidió ir a por la piedrita encontrándose en su camino a la temible bestia. Las cosas no pintan muy bien, la verdad.
Antes de pasar a la primera parte del relato, me gustaría que prestaseis atención a la foto de arriba. Además del escenario y de los personajes, ¿no notáis que alguien ha sido invitada a la fiesta? Entre los héroes aparece uno nuevo, la señorita Emma Swanson. Una diletante que ayudará a nuestros amigos.
Es la versión alternativa del personaje de Emma Swanson del juego básico y su arma simbiótica puede ser de gran ayuda contra la presencia de nuevos enemigos.
Bueno, pues con estos ingredientes comenzaremos el relato, o mejor dicho una primera parte del mismo.
PRIMERA PARTE.
—¡MARY!, ¡MARY! —El nombre se hacía eco en el fosco espacio—.
¿Dónde se habrá metido esa niña?
La pregunta se consiguió filtrar en lo que parecía
un ático. Un lugar de luz tenue donde la
gente solía dejar aquello que quería olvidar. La escasa claridad se aventuraba
por la pequeña y destartalada claraboya, incidiendo sobre unas cajas apiladas
de madera.
—¡YA ESTÁ BIEN!
La advertencia chocó con un conjunto de risitas
desiderativas que parecían solamente tener un fin lúdico.
—¡MARY! ¡SÉ
DÓNDE ESTÁIS!
Las risas cesaron, repentinamente, y una niña de
rodillas sobresalió de detrás de una de las cajas. Pareció reaccionar ante la
advertencia. Iba vestida con un traje blanco, aunque parecía más bien grisáceo. Su fisonomía de espaldas era una enclenque. Se
empezó a oír su respiración entrecortada a medida que una mano abría una
portezuela de madera y se quedaba abierta. La luz del piso de abajo golpeó parte
de la estancia en forma de fogonazo lumínico. La niña regresó a su escondite,
parapetándose detrás de las cajas.
—¿Queréis que suba, lady Usher?
La niña asustada mostró un rostro cadavérico. Toda
su piel pálida estaba llena de arrugas y echada hacia atrás y un matojo de
cuatro pelos grasientos camuflaban la huidiza frente que poseía. Empezó a oír pisadas.
A medida que oía el crujir del suelo de madera al ser presionado, más se
decidía a mantenerse en las sombras. De pronto reinó el silencio. La niña se
levantó y miró alrededor sin ver a nadie. No se oía nada tampoco. Su
respiración cada vez estaba más acelerada. Su traje blanco plisado lo llevaba arrastrando por todo el suelo, creando a su paso un pequeño huracán de tamo.
Lentamente se iba acercando a la trampilla. La luz la hacía cerrar sus cuencas
huecas. Cuando decidió agacharse y mirar debajo del piso, su rostro no vio nada
pero la cofia gris, como de primera comunión, se le cayó al vacío. Intentó
cogerla pero no pudo. Dudó unos segundos pero decidió aventurarse al piso de
abajo. Lady Usher bajó las escaleras muy despacio, mirando en derredor. El piso
parecía deshabitado y sus muebles estaban inundados de multitud de capas de
polvo, demostrando que no había estado habitando en mucho tiempo. La luz
predominante tenía su origen en las lámparas de pared diseminadas por todo el
espacio. Lady Usher llegó a una estancia donde había una cama de matrimonio. La
única fuente de luz era una lámpara de pared ubicada al lado del mueble. La
niña miró la cama y sus rasgos cadavéricos se contrajeron. Algo la dolió
fuertemente. Desplazó sus huesudas manos hacia su vientre y se agachó chillando
desconsoladamente. Tumbados sobre la cama yacían dos cuerpos cubiertos
por un manto de polvo. Lady Usher siguió chillando y negando repetidamente.
Inesperadamente reptó por el lado derecho de la cama y, agarrando la
polvorienta colcha, se abalanzó sobre uno de los cuerpos. Sus manos rompieron
la capa de polvo, como un cuchillo se adentra en un trozo de carne, rasgándolo.
Ante lady Usher apareció un rostro cadavérico como el de ella. No reaccionaba
ante el tacto de sus dedos esqueléticos.
—¡PAPÁ!
¡PAPÁ! —Zarandeándolo.
La cabeza se descoyuntó y calló al suelo rodando.
Fue lo único que hizo detenerse a la niña, volviendo a chillar y esta vez sin
detenerse. No sabía qué le proporcionaba más dolor; si saber que sus padres dormían muertos en esa cama o sentirse completamente sola en esa casa. Sus
recuerdos se agolpaban frenéticamente en su cabeza dándole el motor necesario
para seguir viviendo o sobreviviendo. Por qué su padre tuvo que ir a ese maldito
viaje a Valaquia y porque lord Crowley tuvo que aparecer en su vida. Con el
paso del tiempo, el dolor se convirtió en rabia y la cabeza de su padre rodando
por la cama, ejemplarizaba ese desasosiego.
—¡ABIGAIL, ¡ABIGAIL!
La arcanista parecía dormida y era sacudida
drásticamente. Estaba igual que sus compañeros, salvo que ellos no parecían
peleles sacudidos por el viento.
—¿Queréis
despertar? ¡No tengo mucho tiempo, señorita Sutherland!
El apellido detonó el corazón y el cerebro de la
joven, que despertó de inmediato. Al principio parecía extrañada viendo a lord
Blackmore enfrente, sonriéndole y después mirando a sus dos compañeros en un
espacio blanquecino, como si estuvieran levitando entre nubes.
—¿No me digáis qué no sabéis lo que es estar
en el interior de una cúpula de energía?
—Pu… Pues
claro que sí. Lo que me extraña es que haya funcionado.
Un TOC, TOC, interrumpió la conversación entre
ambos, que dirigieron sus miradas al origen del ruido.
—Y parece
que a otros también.
Abigail miró la procedencia del ruido, extrañándose
otra vez.
—¿Quiénes?
—El
Culto, querida. Lord Crowley en persona. Bien, escucha. Tenéis que dirigiros al
puerto y llegar al embarcadero de Sutcliffe.
—¿Embarcadero de quién?
—Melville
Sutcliffe. El capitán del Ron Rojo. El barco que nos llevó a Tyr y trajo los
fragmentos de la loseta de Moloch y el único superviviente, vivo, de esa
maldita expedición.
El golpeteo se convirtió en disparos y golpes de
puño que rápidamente se multiplicaron por toda la esfera de energía.
—Tenéis
que contactar con él. Posee otro fragmento de piedra.
—¿Embarcadero de Sutcliffe?, ¿loseta de Moloch?
Repentinamente, una mano sobresalió de la esfera de
energía y sobre la misma apareció una serpiente pequeña que se deslizó hasta el
tórax del conservador. Aun siendo una aparición, teniendo un cuerpo
evanescente, parece que le dolió cuando la serpiente se introdujo a través de su
espalda y salió disparada por su estómago, impactando en una sorpresiva Abigail que del golpe se desmayó. Automáticamente la esfera de energía desapareció y
los cuerpos que mantenía a pocos centímetros del suelo, cayeron. Lord
Crowley sonrió a un dolorido lord Blackmore.
—Ahora sí
que te puedes ir ya, viejo. —Le susurró las últimas palabras acercándose tanto
que su puntiagudo mentó deformado rozó la barba del conservador.
Lord Blackmore seguía sin decir nada, esperando lo
peor. No tardó mucho. Lord Crowley lo miró lascivo mientras pasaba su morada
lengua por sus labios carmesí. Su boca se abrió y empezó a chupar el rostro del
conservador que lentamente desapareció, succionado por el extraño ser.
Walther
se sobresaltó y se despertó, sentándose cerca de Drago. Ambos estaban apoyados
sobre una pared de granito. El hombre lobo ya estaba un rato despierto y miró a
su compañero un poco desorientado.
—¿Pesadillas, amigo?
Sir Cavendish abría y cerraba sus ojos intentando
enfocarlos sobre algo en concreto.
—¿Dónde
demonios estamos? —Preguntó y olió un fuerte olor que le hizo llevarse su mano
derecha a su boca en señal de repulsa.
—¿Y a qué
diantres huele?
—¿A incienso, creo? —Intentó aclarar dudas Drago, olisqueando el ambiente como un sabueso.
—¡Estamos
en una pesadilla!
Ambos se levantaron a la vez, aunque al mekamancer le
costó un poco más ejercitar su cuerpo. Ante ellos se encontraba Abigail
saliendo de las sombras de enfrente. Existía un solo ventanuco en la pared,
donde habían estado sentados los dos, y la única fuente de luz se filtraba por
ese diminuto hueco. Era un rayo que transportaba partículas de polvo que se iba
posando sobre el suelo abocetado con losetas de la habitación. El resto del
espacio seguía sumido en una oscuridad eterna.
—No sé
dónde estamos, exactamente, pero sé quién nos retiene. —Dijo la joven
preocupada.
Walther se despistó un segundo de la mirada de la
arcanista y contempló horrorizado las losetas del suelo. La construcción era
ejemplarmente perfecta; a cada loseta le seguía otra y otra, hasta conformar un
damero exquisito. Cada cuadrado estaba limitado por una serie de pequeñas
esmeraldas y en el centro del mismo, un cráneo.
—Lord
Crowley está detrás de esto. —Sentenció Abigail.
—El Culto
nunca había llegado tan lejos. —Advirtió Walther.
—El Culto
siempre ha estado lejos de todo, por eso está donde está. —Continuó la joven.
—Pero…
¿llegar a secuestrar a miembros del Club Unicornio? —Apostilló Drago.
Los tres se concentraron
en lo que parecía el centro de la habitación. Sir Cavendish intentó no pisar
ningún resto óseo mientras que a Drago le daba lo mismo, y a cada zancada dada, aplastaba
uno. La joven solamente tuvo que levitar unos centímetros del suelo.
—No ha
sido la primera vez, aunque quizás haya sido la más descarada de todas. Siempre
hubo desapariciones en nuestras filas, ya sabéis, en un callejón oscuro, en un
pub de mala muerte…
—¿En una
comisaria en llamas? —Ironizó Drago, recordado lo sucedido e interrumpiendo la explicación de la
arcanista.
—En una comisaría en llamas, —repitió y
asintió la joven al mismo tiempo—. Pero jamás en un sitio tan famoso como la
mansión Blackmore.
—Un momento, lady Blackmore nos dijo que quién
la estaba persiguiendo no era el Culto sino otro tipo de gente. —Recordó Drago.
—Moloch. —Se extrañó Sir Cavendish.
—Ya pero
que pasaría si estuviesen aliados. —Dijo Abigail intentado llegar a alguna
conclusión.
—Pues ya
lo que le faltaba a Inglaterra. —Sugirió la bestia con cierta sorna.
El mekamancer seguía perturbado por algo más allá de
las sombras de la estancia. Parecía un mueble, como una pequeña mesa sobre el
suelo. Centró su visión y algo lo llamó poderosamente la atención, empezando a
caminar hacia el objeto en cuestión.
—No. A… —dudó
unos segundos—. ¿Egipto?
A medida que se encontraba en la estancia, se iba
acostumbrando a su oscuridad y pudo constatar, con cierto asombro, que no se
encontraba delante de una mesa. Sus compañeros lo siguieron como hipnotizados,
llegando a una misma conclusión. Delante de ellos se encontraban varias pilas
de sarcófagos. Unos de pie y otros tumbados sobre el suelo. Aquel situado a
escaso metros del mekamancer poseía una particularidad que lo destacaba del
resto. Si bien es cierto que todos estaban invadidos por capas de polvo, éste
en concreto, parecía libre de posesión polvorosa y además se encontraba
abierto. Pero hubo otra cosa que hizo que se les helara la sangre. El sarcófago
estaba poblado por un cuerpo amortajado. Sobre el mismo la venda blanca lo
cubría por completo. Al acercarse más comprobaron el fuerte olor del que antes
hablaban, llevándose sus respectivas manos a sus narices al mismo tiempo. Inesperadamente
sonó una voz filtrada por el ventanuco que hizo que los tres se diesen la
vuelta. Eran un conjunto de frases a viva voz convocando a la oración. El
origen de la misma parecía un muecín en lo alto de un minarete. No había
ninguna duda se encontraban en el granero de la Roma imperial. No se dieron
cuenta pero el cuerpo amortajado empezó a moverse lentamente. Sobre la parte
vendada del rostro, concretamente, a la altura de la boca, se empezó a hacer un
pequeño agujero que rápidamente se agrandó, saliendo del mismo lo que parecía
un gusano rosado moviéndose nerviosamente. Aunque con más detenimiento, y a
medida que el agujero iba creciendo, se podía constatar que no era un ser
invertebrado el que se movía, sino más bien, una lengua que agitadamente
removía los restos que iban rasgando unos dientes. Cuando el agujero fue lo
suficientemente grande se pudo ver una boca, ya no sólo desembarazándose de la
venda mortuoria, sino respirando vida.

—Todo parece ir bien.
—Por supuessto, mi señor.
Ambas figuras estaban posicionadas sobre la proa
de un sampán. El oleaje balanceaba suavemente el barco atracado en el muelle.
Sus velas estaban desplegadas en su esplendor y se podía ver con detalle los
juncos que unían sus telas gruesas formando una embarcación que parecía frágil
pero al mismo tiempo resistente a cualquier envite natural. Alguien exclamó
algunas frases en chino y ambos miraron el origen de las mismas, sin darle
demasiada importancia. Delante de ellos pasaron dos mujeres vestidas con una
toga blanca que les cubría su etéreo cuerpo. Ambas hicieron una sutil
reverencia a los dos y, rápidamente, sacaron dos abanicos hechos de cuchillas
de hierro. Al abrirlos se oyó como rasgaban el ambiente del muelle. Su rostro
estaba tapado con un pergamino que les llegaba hasta su pecho y una trenza
traviesa, terminada en un puñal, se balanceaba al mismo tiempo que se pusieron
de pies y se marcharon del lugar.
—Me imagino que es así como Las Colmillos
nos muestran su agradecimiento. —Insinuó lord Crowley.
—Ssin lugar a dudass, el Dragón noss
ha enseñado sus colmilloss en señal de agradecimiento por la captura de la
señorita Emma Swanson.
Al terminar de hablar el sujeto, un atrevido haz
de luz titilante de algún candil cercano, delató su fisonomía. Estaba de
rodillas junto a lord Crowley. Parecía más que un animal, una bestia cruce de
algún experimento genético. Llevaba un sombrero de tahúr, que lo hacía crecer
unos centímetros más alto, hasta llegar a la cintura del lord. Poseía un morro
lobuno que no dejaba de salivar al mismo tiempo que mostraba una gran sonrisa.
En su espalda cargaba con medio esqueleto en descomposición maniatado con unas
cuerdas a su chepa.
—La verdad es que la señorita del Club
Unicornio se estaba pasando en sus investigaciones acerca del Dragón y ya sabe,
querido Jaybee, una cosa lleva a la otra y seguramente que mañana estaría
husmeando en las puertas del Culto.
—Ssi hemos hecho bien, mi sseñor. Pero, ¿no
teméis al Club Unicornio?
—Prefiero tener antes como aliado al Dragón
que a esos inútiles. Por cierto, ¿dónde está el fragmento que les robamos?
—Esstá
en buen sitio. Uno casi impossible de obtener.
—¿Lo habéis puesto en la guarida de la
bestia?
—Por supuesto. —Río sibilinamente Jaybee—.
El resto de cosas las hemos dejado en uno de nuestros almacenes.
—Ya, los guantes de tesla, la espada
Caliburnus, —empezó a bostezar el lord— la pistola simbionte…
—¿Qué pistola simbionte? —Se extrañó el
mayordomo.
Se produjo un silencio bastante incomodo en el
muelle.
—¡La pistola simbionte de Emma Swanson!
—Empezó a preocuparse, acercándose peligrosamente a Jaybee—. ¿No sabéis que es
una de las privilegiadas de la Embajada?
—Eh, pues no.
—¿Qué habéis hecho con ella?
—¿Con quién? —Se desorientó el mayordomo.
Lord Crowley levantó su cabeza mostrándola al
cielo que anunciaba tormenta.
—Te tenía que haber dejado morir aquel día,
estúpido, y no haberte resucitado y haberte convertido en lo que eres ahora.
Pues con… ¡EMMA SWANSON! —Acabó colérico el lord.
—Pues seguir el protocolo, —se asustó cada
vez más el sirviente— como siempre hemos hecho, mi sseñor.
—¿La habéis amortajado con una pistola
simbionte dentro?
Durante unos segundos, los ojos de Crowley
parecían salirse de sus cuencas e incluso su melena grisácea, parecía erizada
de la tensión.
—¡VETE A EGIPTO, INMEDIATAMENTE!
Jaybee no se lo pensó mucho y salió disparado a
cuatro patas del sampán, saltando ágilmente de la proa y saliendo del muelle
ante los rabiosos ojos del lord.

Los tres
seguían agolpados en el ventanuco oyendo el ruido del exterior mientras un
pequeño haz luminoso les empañaba sus rostros.
—Pe…pero,
¿cómo es posible? —Se asustó sir Cavendish, siendo el primero en retroceder—.
¿Estamos en Egipto?
—¡No
puede ser! —Se acercó, aún más, Abigail al ventanuco, intentando otear alguna
pista que la dijese que era mentira lo que sus ojos estaban contemplando.
Ante ellos, se encontraba un callejón invadido por
gente de dispar condición social. Comerciantes y clientes, pobres y ricos, confluían en ese espacio apelotonado de tenderetes
y objetos de mil formas. La comida expuesta luchaba ya no sólo para no ser
robada por manos infantiles, sino por bocados de perros agolpados alrededor. Y
sobre el cielo, cantidad de telas colgadas de diferentes colores, algunas secas y otras goteando, recién lavadas, visibles desde las ventanas de los
edificios de adobe, que asfixiaba el espacio circundante.
—¡ES UNA
ILUSIÓN! —Gritó alguien detrás de los prisioneros.
Drago y los demás se dieron la vuelta y miraron como
una mujer se iba desenredando las vendas blancas de la mortaja.
—O más
concretamente, una escenificación de Egipto.
—¿Emma?
—Se asombró la arcanista.
—La misma
que viste y calza. —Terminó de quitarse todo el vendaje y se incorporó,
saliendo del ataúd.
—¿Emma Swanson? —También se sorprendió el
mekamancer.
—Pero,
¿no estabas en una investigación sobre el Dragón?
A cada pregunta disparada, Emma se iba acercando con
una sonrisa de superioridad a sus compañeros. Llevaba un vestido azulado con
una serie de encajes dorados. Su melena marrón estaba sujeta a un lazo azul que
conjuntado con su sombrero, la daban un aire de alta alcurnia.
—Hasta
que me emboscaron esos estúpidos del Culto. Están compinchados con las huestes
del Dragón.
—Y no
solamente con ellos, querida. —Se dirigió sir Cavendish a la mujer.
—¿Qué?
—Parece
que existe otra facción que va con ellos. —Aclaró Abigail.
—¿De qué
estáis hablando?
—De
nuevos amigos para el Club Unicornio. —Reveló Drago.
—No
sabemos cómo se llaman, pero se consideran seguidores del dios Moloch. ¿Te
suenan?
—¿Moloch?
—Recapacitó la diletante unos segundos hasta llegar a una conclusión—. ¿El
Museo Británico no mandó una expedición a Siria para encontrarlo?
—Sí, pero no tuvieron mucho éxito y se trajeron
algo de allí, — sonrío Walther—. Y ahora están reclamando su parcela entre las
demás facciones contra su majestad.
—¿Qué se
trajeron?
—Un
ritual de resurrección escrito en una piedra, que lo llaman la loseta de
Moloch.
—¿Para
qué?
—Creemos
que lo que quieren hacer es resucitar a su dios, Moloch. —Sugirió la arcanista.
—Bueno,
no está mal. A Londres le hacía falta uno. —Apaciguó Emma su ironía— ¿Dónde
está esa loseta?
—La
dividieron en varias partes. El Culto posee un fragmento y nosotros otro, bueno
ahora lo tiene ellos, y parece que el único superviviente de la expedición,
dispone de otro, un marinero llamado Sutcliffe.
—¿Y qué
hacemos aquí?
—¿Encerrados?
—Señores,
¿no han aprendido nada del Club Unicornio? Supriman lo obvio y busquemos una
salida.
—Nos han
quitado nuestras cosas. —Se excusó Abigail—. Incluso a Caliburnus.
—¿Todas?,
¡no!
Emma se sacó un disco pequeño de uno de los
bolsillos más situado a su izquierda. Apretó algo con su dedo meñique y del
disco empezó a salir una forma de reptil, que se enroscaba en su muñeca
izquierda y poco a poco iba creciendo alrededor del disco. La forma fue aumentando,
creándose pequeños tentáculos multiformes alrededor de la misma. Aparecieron
unos óvalos como ojos blanquecinos, que parecían estar vivos. Los tres
miembros del Club Unicornio se quedaron petrificados de la transformación.
—¿Nunca
habéis visto una pistola simbiótica?
Los tres negaron al mismo tiempo aunque Abigail
empezaba a sonreír.
—¿Un juguete
de la Embajada, verdad?
—Querida
Abigail, ya sabéis que lo mío es la diplomacia.
—Bien,
señores, puede que nos hayan capturado.
—¿Puede?
No es una probabilidad, es una realidad.
—A eso
iba yo, querido Walther. La realidad está para detonarla en cualquier momento,
¿no?
Emma apuntó su pistola simbionte y la puerta de
hierro no duró más de un segundo, desintegrándose la mitad de la misma. Detrás de una cortina de humo aparecieron los
guardianes de la necrópolis con sus irascibles babuinos. Los simios no paraban
de agitarse y los guardias los soltaron, al mismo tiempo que desenvainaban sus
cimitarras. Los miembros del Club Unicornio no perdieron el tiempo. Drago fue
el primero en aparecer, encaramándose con el babuino de su derecha. De un solo
golpe lo espachurró contra una columna, destrozando parte de la misma y
borrando parte de una estela jeroglífica. El filo curvado de la espada del
guardián iba a clavarse en la espalda velluda de la bestia, pero sir Cavendish
lo impidió abalanzándose sobre el guardián, empujándolo a un lado. Drago
respondió con una sonrisa lobuna y cayó encima del desorientado guardián que duró poco tiempo en morir. Del techo de la sala empezó a caer arenisca sobre
las cabezas de todos sus habitantes.
—¿Dónde
estarán nuestras cosas? —Apareció Abigail detrás de Emma y su pistola
simbionte.
—¡Dónde
menos te lo esperes, querida!
—¡CUIDADO!
Uno de los guardias con su simio, atacó a las mujeres
y Emma, más rápida, empujó a Abigail a un lado mientras ella hacía frente a la
embestida animal. El rostro de la arcanista chocó con lo que parecía una puerta
de madera y vio algo entre sus agujeros carcomidos.
—¡Está
ahí!
A través de uno de los agujeros se podía ver el
fragmento de loseta de Moloch. El chirrido de otro de los babuinos interrumpió
a la joven. Ante ella tenía un simio abriendo sus fauces y acercándose
peligrosamente hacia ella. Abigail se levantó y se apoyó en la puerta de madera mientras el simio
se disponía a saltar. El babuino empezó a abrir sus fauces e inclinarse para
dar un mayor salto. No tardó mucho en reaccionar igual que la arcanista. El
babuino llegó a la puerta pero Abigail se apartó, y el impacto del animal hizo
que la puerta se abriese de par en par. La joven sonrió mientras veía, un poco
extrañada, la actitud del babuino en la sala. Parecía inquieto y después de
estar berreando salió de la estancia ante el asombro de la joven. Abigail
comprobó el fragmento que se encontraba sobre un pedestal en mitad de un suelo
circular de madera. Las prisas hicieron el resto. Si hubiese visto el resto de
la habitación, construida en piedra, el suelo de madera la hubiese mosqueado
pero no se percató, cogiendo la piedra de Moloch. Una vez que sus manos
cogieron el valioso objeto algo empezó a temblar sobre sus pies. En ese momento,
pensó lo listo que fue el babuino. Ante los asombrados ojos de la arcanista,
empezó el suelo a moverse y lentamente a sobreponerse una superficie sobre
otra, confeccionando una escalera de caracol. La curiosidad quiso que Abigail
se acercase a mirar la profundidad, quizás como vía de escape. Pero se
arrepintió y mucho. Lo primero que vieron sus ojos horrorizados fue un sol
dorado sobre la testa de un reptil, después vino su gigantesca boca abierta, invadida
por colmillos de diferentes tamaños, el más pequeño como su mano. La joven empezó a retroceder
lentamente. Parecía un cocodrilo pero no era uno normal. Si hubiese sido
normal, la hubiese asustado pero las dimensiones de esa bestia eran colosales.
Otra cosa que la llamó su atención fue que lentamente, parecía querer incorporarse.
En cualquier caso, no se parecía a nadie de su estirpe. Estaba como disfrazado,
vestido con harapos y su cuerpo estaba en descomposición. Se podían ver parte
de sus costillas guardando sus pulmones y arterias.
CONTINUARÁ...