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domingo, 15 de noviembre de 2020

DOMINGO DE VIÑETAS. El primer impulso.


Con Quena y el Sacramús (Le Scrameustache) de Gos (Roland Goossens) empezó mi aproximación a la mítica  École de Marcinelle, por tanto no fue Tintín, demasiado denso para un niño de siete años, ni los pitufos, demasiado livianos, y ni siquiera unos galos que sólo tenían miedo a que el cielo se les cayera sobre sus cabezas o un cowboy más rápido que su sombra, los primeros en hacerme explorar la BD, fueron un adolescente y un gato, más o menos, del espacio. Luego vendrían más sorpresas pero el primer impulso fue gracias a un antiguo militar que se pasó a la historieta. No me olvidaré, aunque solamente sea una cita, de la plataforma que me dio esa oportunidad, la emblemática revista Spirou Ardilla, hermana genética de su versión franca, pero eso es otra historia.

Y la aproximación fue, cuanto menos, errática como todas las mías. Si observásemos la viñeta doce de la página 41 de la maravillosa y necesaria edición de Dolmen Editorial (Colección Fuera Borda), esa escenificación del Machu Picchu en la forma de la ciudad perdida de Satsohuataco, como destino del Sacramús en su "pasaportodo", descansa mi brújula particular. Mi viaje por tanto comenzará con el primer álbum de la serie, El heredero del Inca (L'Héritier de L'Inca, 1972). Es curioso como ya el propio título nos anuncia que el tema incaico nos recuerda a otro emblemático autor, Hergé, con uno de sus muchos clásicos El templo del sol (Le temple du soleil, 1946), pero digamos que aquí el homenaje es utilizado como mero trasfondo donde ya no sólo la aventura y la intriga acamparán a sus anchas, sino que el humor, e incluso la comedia de enredo, se escenificarán entre sus páginas.

La página 24 de la edición de Dolmen es un buen ejemplo. No una ni tres, sino todas las viñetas  conforman un esquema vodevilesco, que además de escenificar el suspense (¿descubrirá el tío Jorge al Sacramús?) lo disfraza lúdicamente para que el lector se vea envuelto en una trama detectivesca (el misterioso origen de Quena, cuyo rastro se pierde en el lejano Perú y cuya medalla que pende de su cuello, nos invita a explorar un enigma: el Continente de las Dos Lunas). En cómo están situados los diferentes personajes dentro del escenario (la casa del tío Jorge) y de cómo se mueven dentro de las respectivas viñetas, independientes, pero al mismo tiempo en conjunto, a favor de la propia página, nos traslada a ese teatrillo burdo y falsete de la propia representación de Quena en intentar esconder a su misterioso aliado espacial.

Que termina, a modo de epilogo cómico, con las viñetas cuatro y cinco de la página 26, con la asistenta de la casa del tío Jorge "mareada" (sobre todo por los sucesos acontecidos de transformación en estatua de sal y de su posterior recuperación, siendo encarcelada dentro de un armario) ante el personaje (el pasante del notario que lleva consigo una carta "reveladora") que va a continuar con el equívoco. Pero no tenemos que olvidarnos del verdadero contexto de ciencia ficción que cubre toda la serie y que aquí no deja de regalarnos pequeños anticipos de lo que luego serán las aventuras espaciales de nuestros protagonistas.

Desde aquí podríamos descubrir otro homenaje posible, la Yoko Tsuno de Roger Leloup, y es que en esos años la École de Marcinelle debió ser un hervidero creativo sin igual, tenemos que situarnos temporalmente en un marco increíble donde Peyo (Johan y Pirluit), Walthéry (Natacha), Seron (Los hombrecitos, al respecto ver el número 20, Viaje a la infancia (II). Por un accidente,  o Will (Tif y Tondu) y los citados entre otros muchos más, hablaban y creaban a sus respectivos personajes.

Era imposible que un niño de siete años no pudiese dejarse cautivar por estas claves para conformar su interés futuro en el noveno arte y seguir con vida desde entonces, impulsándose hacia esa ventanitas llamadas viñetas.

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